No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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miércoles, 14 de abril de 2010

Miércoles 31 de Marzo de 2010

Dejamos Nazaret muy temprano. Hoy, Miércoles Santo, es el momento de volver a Jerusalén. Llegamos a Galilea por el valle del Jordán y ahora regresamos a Jerusalén por la costa, para visitar Cesarea marítima y el puerto de Jope o Jafa

Herodes llamó Cesarea a esa ciudad en homenaje al emperador César Augusto. Para Herodes, Cesarea era una ventana al mundo grecorromano que él amaba. Era una ciudad gentil con un pequeño barrio judío. Fue el primer puerto de la costa judía y disponía de todas las comodidades modernas: teatro, anfiteatro, estadio y baños públicos. El palacio de Herodes, que luego sirvió de residencia a los gobernadores romanos, era de mármol blanco importado. La ciudad también disponía de un elaborado sistema de conducción de aguas. Herodes construyo un acueducto doble para traer agua a la ciudad desde las colinas del nordeste. Hoy día quedan los restos del acueducto; el antiguo puerto está bajo las aguas y la parte oriental del puerto y la ciudad se han llenado de arena. Nos hacemos unas fotos con el acueducto de fondo y continuamos camino hacia Jafa.

Cruzamos Tel Avik por la avenida de la playa. El tiempo es magnífico y abunda la gente en la arena, tomando el sol, jugando y bañándose. Hay muchos hoteles con nombres famosos. Y, enseguida, llegamos a Jafa. Según el mito griego, Andrómeda fue atada a la roca de Jafa, donde nació la ciudad, para ser devorada por el monstruo marino. La belleza del lugar ha favorecido el nacimiento de los mitos de Eolo y de Jafet. En el libro de Jonás se lee que el profeta se embarcó en Jafa para huir de la voluntad de Dios que lo quería enviar a Nínive (Jonás 1,3).

Cruzamos por la plaza del reloj que se divisa desde lejos y continuamos hacia el puerto. El puerto de Jafa es el más antiguo de “esta tierra”. Fue el puerto de Jerusalén y por aquí llegaban los peregrinos a Tierra Santa, desembarcaban y besaban el suelo. Al puerto le quitó antaño importancia Cesarea, y ahora Haifa.

Vamos camino de la iglesia de San Pedro. Tiene esta iglesia los techos muy altos y en el retablo se ve una enorme pintura representado a San Pedro que, de rodillas, y en éxtasis, mira una especie de sábana que baja del cielo, rodeada de aves y reptiles. Es lo que le ocurrió a San Pedro aquí, en Jafa, y lo recogen los Hechos de los Apóstoles. D. Jesús nos hace detenernos para contemplar el púlpito de madera: la base es el tronco de un árbol y las ramas y las hojas trepan por él. Comienza la Santa Misa y en la comunión irrumpe un grupo de egipcios coptos que deambulan por la iglesia disparando sus cámaras de fotos, sin miramientos ni respeto. Algunos no lo dudamos y les llamamos la atención.

Aquí, en Jafa, también tuvo lugar la resurrección de una mujer llamada Tabita. También ocurrió la conversión del centurión Cornelio, que vivía en Cesarea.

Salimos de la iglesia y damos una vuelta por las callejuelas de piedra del puerto y pasamos por la casa de Simón el curtidor, donde se alojó Pedro.

En el puerto hay puestos de souvenirs. Todos nos detenemos para comprar y hacer fotos.

Es la hora de partir hacia Jerusalén donde ya comeremos en el hotel Ambassador, nuestro alojamiento. Por la carretera vemos a grupos de soldados haciendo autostop. Los letreros de la carretera, como todos en Israel, están escritos en hebreo, en inglés y en otro idioma que parece lombrices. Se ven pueblos, la mayoría árabes, todos con depósitos de agua de color negro en la terraza y, como no, con su antena parabólica. Cruzamos un pueblo y se ven niños jugando y mujeres muy tapadas. Vemos también aspersores regando los campos. ¡Qué bien cuidados se ven los kibutzs! Tractores, vacas, gallinas…y aspersores.

Empezamos a subir. Jerusalén esta casi a 800 metros sobre el nivel del mar, motivo por lo cual los textos bíblicos siempre dicen eso de “subir a Jerusalén”.

Ya los letreros dicen: Jerusalén. Todo está muy cerca; en algún lugar he leído que en Israel “hay demasiada historia para tan poca geografía”. Nuestra primera visión es el Monte de los Olivos, allá a lo lejos, con las torres en forma de cebolla del Santuario ruso-ortodoxo de Santa María Magdalena. Llegamos al hotel, reparto de habitaciones, subida de maletas y, rápidamente, al comedor a reponer fuerzas.

Tomamos café, un excelente café illy, en la terraza del hotel y esperamos para salir hacia la Jerusalén intramuros, la ciudad vieja. El autobús nos deja muy cerca de la Puerta de San Esteban o de Los Leones. Cruzamos la muralla por dicha puerta y nos encontramos que el barrio está más tranquilo de lo que esperábamos. Las calles son estrechas, sin aceras. Unos cuantos chiquillos árabes están jugando en una esquina y comen “chuches”. Llegamos a la iglesia de Santa Ana; una puerta abierta de par en par da paso a un jardín con palmeras, al final del cual está la piscina probática donde se oyeron aquellas palabras de: “Levántate, coge tu camilla y anda”. D. Jesús nos explica sobre los restos de la piscina y de lo probable que aquí se levantara un santuario dedicado a Esculapio, el dios griego de la medicina. También nos informa que, según la tradición, en el lugar de la iglesia de Santa Ana, es posible que vivieran los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, e incluso que aquí naciera la madre de Jesús. La iglesia es regentada por los “padres blancos” franceses y es de las mejores conservadas de las levantadas por los cruzados.

Salimos a la calle y ahora hay más niños jugando; marchamos hacia el convento de las Damas de Sión, dispuestos a visitar el Litóstrotos, pero lo encontramos cerrado. Mientras contemplamos el arco del Ecce Homo, D. Jesús consigue que nos abran el convento. Nos dirigimos a la cripta donde el procurador romano Poncio Pilato le formularía al “galileo” aquella pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Vemos la bóvedas, las columnas y, como no, el pavimento donde en una baldosa se aprecia un dibujo que los soldados romanos hacían para jugar durante las guardias.

Volvemos a la calle, estamos en la “Vía Dolorosa” así lo indica un cartel. La Vía Dolorosa en su primer tramo, cerca del convento de la Flagelación y del colegio árabe El Omarieh, en cuyo patio se sitúa el comienzo del Vía Crucis. Vemos más turistas con sus banderolas y gorras de colores, los tenderos sentados a la puerta de sus tiendas. Ahí está la primera estación: Jesús es condenado a muerte. Cada uno de los del grupo vamos leyendo las estaciones a lo largo de la Vía Dolorosa. Cerca de la tercera estación hay un empedrado en el suelo de la calle que dicen es del siglo I. En esa Estación que conmemora la “primera caída” hay una iglesia propiedad de los armenios católicos. Estamos ahora en un recodo que hace la calle, donde se encuentra la “Séptima Estación” la de Simón Cirineo. En la pared hay una piedra marrón donde todo el mundo pone la mano y se hace la foto. Subimos calle arriba, una calle muy concurrida, comercial y vemos un letrero que dice: “Bazar VIII Estación” que corresponde al encuentro de Jesús con las hijas de Jerusalén: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” . Dicho encuentro, al cabo de veinte siglos, se ha convertido en un bazar. Desembocamos en otra calle, más ancha y vistosa, con más gente y con comercios de alfombras. Las alfombras para los musulmanes son un símbolo. Para rezar, en cualquier lugar, basta extender su alfombra y lo convierten en sitio sagrado.

Estamos ya muy cerca del Santo Sepulcro. Divisamos ya las cúpulas del Calvario y del propio Sepulcro. Nuestro guía mira el reloj y aprieta el paso para visitar la Basílica. Llegamos a la plaza y está abarrotada de peregrinos, de todas las etnias; abundan también los atuendos religiosos, aunque es imposible distinguir a qué Orden pertenece cada uno. De las dos puertas que tiene la Basílica, una fue tapiada por Saladino porque dijo que para los pocos cristianos que quedaban en Jerusalén, con una puerta era suficiente. También quitó las campanas y así sigue. Entramos. La visión del interior es caótica. La Basílica no es un conjunto armónico sino un revoltijo de fragmentos, de capillas, de escaleras, sin ton ni son. Enfrente nos encontramos con la piedra de la Unción. A la derecha, una empinada escalera de caracol, con peldaños altísimos, sube al Calvario, a la capilla de la Crucifixión. Ahí tenemos el Calvario. Un altar suntuoso y deslumbrante, con lámparas que cuelgan del techo, con muchos candelabros y parpadeo de llamas y reflejos. ¿Cómo distinguir aquí la imagen sencilla del Crucificado? El mosaico que pisamos es precioso. Nos adaptamos y nos ponemos en ¿fila?, vigilada por un barbudo “pope” ¡¡Qué difícil es guardar una fila en Oriente!! Nos acercamos al altar a cuyos pies destaca un hoyo abierto en la roca, en la cual se introduce la mano profundamente. Está húmedo. Las cámaras de fotos no cesan de disparar y los flashes nos ciegan. Vemos que algunos del grupo se arrodillan y rezan una oración. Resuenan las palabras: Elí, Elí, lama sabactani? Nos reponemos y bajamos para continuar la visita. Vamos hacia la Rotonda que centra el Santo Sepulcro. Hay una gran cola, muy heterogénea, aunque abundan los grupos de españoles. Avanzamos despacio pues la entrada en el Sepulcro se realiza en grupitos de cuatro. Nos toca y entramos; primero a la capilla del ángel: “No está aquí, ha resucitado”. Después agachándonos penetramos en el Santo Sepulcro. Intentamos arrodillarnos, pero no podemos porque hay dos personas todavía arrodilladas y el “pope” les recrimina que salgan ya, pero ellos están absortos y no hacen caso. Eso sí, besamos la piedra. El monje griego que vigila todo lo que hacemos nos dice que “no fotos”.

Cuando salimos nos encontramos que los monjes han paralizado las visitas porque se va a realizar un acto litúrgico, y la mitad de nuestro grupo se ha quedado en puertas de entrar. Nuestro cicerone, D. Jesús, insiste e insiste y, por fin, consigue que pasen todos. Mientras, observamos a un peregrino vestido a semejanza de Jesucristo, descalzo con su túnica y manto, es un espectáculo.

Salimos todos a la plaza. Se respira aire fresco y, una vez agrupados, marchamos hacia la puerta de Jafa, donde nos espera el autobús. Vuelta al hotel, a cenar. Y esta noche, después de la cena, iremos a Belén para hacer las compras

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