No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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sábado, 24 de abril de 2010

Domingo 4 de AbrilL de 2010


Hoy es Domingo de Resurrección y teníamos -hace tiempo- la idea de aprovechar la mañana para realizar una visita a Masada, en el desierto del Neguev. D. Jesús no era muy partidario que fuésemos y abandonáramos el grupo durante unas horas, pero estábamos decididos y, aunque al final sólo fuimos seis, cumplimos aquello que teníamos proyectado. Para ello, días antes, a través de Riad, el conductor del autobús, nos pusimos en contacto con un taxista que dispusiera de un coche de siete plazas y que estuviera dispuesto a hacer el servicio. Lógicamente existió el regateo por el precio, pero–lógicamente- llegamos a un acuerdo en el que todos salíamos beneficiados. Así a las 7,30 en punto, estaba un flamante taxi esperándonos a la puerta del hotel. Rumbo de nuevo hacia el Mar Muerto y Masada. Tomamos la carretera hacia Jericó (es la tercera vez que la recorremos). Vamos bajando hasta llegar al cruce. Hacia delante, la carretera continúa hacia Ammán, la capital de Jordania; hacia la izquierda se encuentra Jerícó y el fértil valle del Jordán, y hacia la derecha el Mar Muerto, el Neguev y Masada. Giramos hacia la derecha y avanzamos por esos paisajes lunáticos. Pasamos la intersección hacia Qumrám y la carretera continúa hacia el sur, cada vez más próxima al Mar Muerto, como si fuera a formarse un desfiladero entre éste y la montaña. Masada se encuentra a unos 90 km. al sur de Jeruralén; la carretera es buena, no hay mucho tráfico, aunque si hay controles militares. Los soldados, hombres y mujeres, son jovencísimos, sobre todo las mujeres que parecen niñas, con unas metralletas que tienen más envergadura que ellas mismas. ¡Qué cosas!

No todos los países del mundo pueden presumir de tener una historia tan larga y densa como Israel y en pocos lugares ésta se hace tan palpable como en Masada, la formidable fortaleza en mitad del desierto en la que los últimos rebeldes judíos resistieron a las legiones romanas en un episodio muy similar (y con el mismo trágico final) a la Numancia española.
En una nación formalmente nueva y necesitada de referentes heroicos esa historia, y también la innegable belleza del lugar, han hecho de Masada uno de los referentes turísticos actuales de Israel y, en definitiva, uno de esos sitios que no se debe dejar de visitar en el viaje a Tierra Santa. Masada fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la ONU en el año 2001. Enseguida nos encontramos a los pies de Masada y, probablemente, sentimos parte de la desazón que debió sentir el general romano Lucio Flavio Silva cuando comprobó la dificultad de la tarea que tenía pendiente. No en vano hasta el nombre de Masada viene de la palabra hebrea que significa “fortaleza” y la propia montaña tiene la imponente apariencia de un enorme castillo en el que la muralla es un acantilado de varios cientos de metros de altura.
La subida es tan escarpada y difícil que se optó por una solución un tanto radical para que los turistas pudiesen llegar a la cima, ya que los dos pequeños caminos que serpenteaban ladera arriba eran muy peligrosos, aunque con cuidado, se puede subir por ellos en una hora. Ahora, mucho más seguros e infinitamente más descansados se llega a la cumbre en un espectacular teleférico con grandes y confortables cabinas que ofrecen, además, espectaculares vistas.

Es muy interesante visitar todas las excavaciones que han dejado al descubierto multitud de edificios. El palacio de Herodes el Grande, los antiguos almacenes, los puestos para los vigías, las tiendas.... Es un lugar altamente recomendable visitar por la carga histórica que tiene y lo bien conservado que está.
Masada es también un símbolo de la resistencia judía. Un ejército de más de 10.000 legionarios romanos (la legio X Fretensis), más las tropas auxiliares, tardó casi tres años en tomar la fortaleza en la que aguantaban cerca de 1000 personas. Desde arriba se pueden ver los restos de los asentamientos romanos que rodeaban la colina en la que se encuentra Masada.
Para alcanzar la cumbre tuvieron que construir una rampa de asalto que se elevaba hasta las murallas. Esta rampa se puede ver perfectamente hoy en día. Los judíos por su parte, cuando vieron que la conquista por parte de los romanos estaba cerca, se jugaron a suertes la elección de diez de ellos que se encargarían de matar a toda la población y luego se suicidarían para así convertirse en hombres libres. Cuando los romanos por fin pudieron entrar en la fortaleza, solo encontraron cadáveres. Además habían dejado multitud de víveres.
Antes de que estallara la rebelión judía del año 66 E.C., los romanos habían establecido una guarnición en Masada, un peñasco fortificado cerca del mar Muerto. Aunque Masada estaba en un lugar aislado, Herodes el Grande había construido allí un hermoso palacio invernal. Construyó un sistema de transporte de agua que permitía hasta disfrutar de baños termales. Sin embargo, el punto más importante es que bajo la ocupación romana se almacenó una gran cantidad de armas en aquella fortaleza. Durante el auge de la oposición a los romanos como fuerza de ocupación en Palestina, las armas estuvieron en peligro de caer en manos de revolucionarios judíos. Entre los revolucionarios estaba el grupo de los sicarios o zelotes, un nombre que significa “varones de puñal”,

En 66 E.C., los zelotes capturaron Masada. Con las armas que obtuvieron, marcharon a Jerusalén para apoyar la revuelta contra la gobernación romana. El general romano Tito, hijo del emperador Vespasiano, marchó hacia Jerusalén con cuatro legiones. Esta vez la ciudad entera fue destruida, y Judea fue puesta de nuevo bajo la gobernación férrea de Roma. Toda Judea excepto Masada. Los romanos, resueltos a aplastar esta última resistencia, rodearon la fortaleza con un grueso muro de piedra para que nadie pudiese entrar ni salir, y ocho campamentos con murallas de piedra. Con el tiempo construyeron una rampa de tierra que llegaba hasta la cumbre... ¡una rampa hecha por esclavos judíos! Sobre esta construyeron una torre y colocaron un ariete para abrir brecha en el muro de Masada. ¡Nada podría impedir que con el tiempo el ejército romano irrumpiera en esta última fortaleza judía y la capturara!

Hoy día, las indicaciones claras de las posiciones de los campamentos romanos, el muro del asedio y la enorme rampa dan testimonio de cómo terminó la revuelta judía. En 1965 se terminó una extensa excavación arqueológica en Masada. The New Encyclopædia Britannica (1987) dice lo siguiente en cuanto a los hallazgos: “Se descubrió que las descripciones del historiador romano judío Flavio Josefo, que hasta entonces eran la única fuente detallada de la historia de Masada, eran muy exactas”.
Cuando terminamos la visita, el taxista nos esperaba en la cafetería y nos invitó a pasar por la tienda (todo es negocio). Compramos algunos recuerdos, cogimos unos folletos de documentación que, por cierto, los tenían también en español e iniciamos el regreso. Hacemos un alto en el oasis de Ein Gedi, a 18 km de Masada, donde hay hoteles “spa” y una vegetación exuberante, y continuamos hacia Jerusalén para llegar a la hora de la comida.
En el hotel, los de nuestro grupo, que han estado de visita en Abu Gosh, ya han terminado de comer, pero los camareros nos estaban esperando.
Esta tarde del Domingo de Resurrección es libre, cada cual puede aprovecharla como desee, aunque a las 6 de la tarde tenemos todos una cita en San Salvador, la sede franciscana de la Custodia de Tierra Santa.
Decidimos hacer una última visita a la ciudad vieja, entrando por la Puerta de Damasco, y hasta allí nos dirigimos.
La belleza arquitectónica de la Puerta de Damasco corta el aliento. Es un hormiguero humano y eso que ahora no es su momento más álgido, que lo es por la mañana. La escalera que desciende hacia la Puerta, en zig-zag, es ancha y gastada y es de por sí un espectáculo debido a la multitud que sube y baja por ella sin cesar. En lo alto de la puerta, en la muralla, hay soldados con metralletas, pero eso es normal y estamos acostumbrados a su presencia. Abajo, el trajín humano es incesante. ¿Cuántas razas podrían contarse entre las personas que suben y bajan las escaleras y que entran y salen por la Puerta? Imposible hacer el cálculo, aunque predominan los árabes. Antes de llegar a la puerta hay sentadas unas mujeres raquíticas, enlutadas que venden sus hierbas y frutas. También hay mendigos, con la mano extendida, pero nadie les hace caso. Vemos un joven con un carricoche cargado de corderos desollados que avanza a gran velocidad entrando por la puerta. Hacemos fotografías. Es un desfile sin tregua. Entramos por la Puerta, que hace una doble curva hacia la izquierda y derecha y nos paramos ante un puesto de perfumes. Seguimos avanzando por esta calle principal que ahora se divide en dos. Continuamos por la izquierda que lleva directamente al Muro, aunque no tenemos intención de llegar, sino de ver tiendas y hacer las últimas compras. Antes de las 6 de la tarde nos dirigimos hacia San Salvador. Allí en una especie de salón de actos nos recibe el Padre Artemio Vitores, que es el Vicario de la Custodia. Palentino de pequeña estatura, pero de gran oratoria. También están presentes los guías, entre ellos D. Jesús y el Padre Teodoro López. Nos entregan unos regalos y unos diplomas de la peregrinación a todos y cada uno de los peregrinos.
Regresamos al hotel a cenar. Es nuestra última cena en Tierra Santa y es una cena distendida. Los demás nos preguntan cómo nos ha ido en nuestra visita a Masada. Más de uno se ha quedado con las ganas de venir. También nos dicen que nos hemos puesto muy morenos, y es que el sol, allí en Masada, en lo alto de aquella meseta, caía impenitente.

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