No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

(Los enlaces que hemos hecho en este blog tienen la única finalidad de la información. Si en algún momento los propietarios desean que se desactive el suyo, no dude en hacérnoslo saber. Vaya por delante nuestro agradecimiento por poder utilizarlos)

martes, 23 de marzo de 2010

¿ESTAMOS NECESITADOS DE INCONOS?

Hoy hay necesidad de iconos, de personajes emblemáticos, del presente y del pasado, que sean referentes a la Humanidad.
Hace algunos años, Lluís Duch, monje de Montserrat, escribió que las distintas confesiones cristianas sufren una crisis institucional, pero que la figura de Jesús, el fundador del cristianismo, mantiene una muy buena salud. En efecto, la atención que merece su persona es extraordinaria y constante, y no se reduce ni se detiene. En el simposio internacional sobre la búsqueda del Jesús histórico, celebrado en mayo de 2008 en la Facultad de Teología de Cataluña, se afirmó que cada seis horas aparecía en el mundo un nuevo libro sobre Jesús. Este dato habla por sí solo: Jesús es un personaje mediático.Pero ¿qué puede tener de atractivo un rabino judío del siglo I que vivió casi siempre en Galilea y Judea y que tuvo un final trágico en Jerusalén? ¿Por qué Jesús despierta un interés tan grande si unos 30 años de su vida nos son prácticamente desconocidos y en los tres restantes tan solo actuó en el marco del pueblo judío?
Los expertos en el Nuevo Testamento y en religiones antiguas han iniciado una búsqueda histórica que quiere dar la razón a las preguntas que Jesús despierta. Se llama tercera búsqueda del Jesús histórico. Empezó en los años 80 del pasado siglo XX y hoy agrupa a estudiosos de varias confesiones e incluso creencias: cristianos, judíos, incluso agnósticos han entrado en liza para acercarse, describir e interpretar a Jesús y su misterio. Quedó en evidencia en el simposio que he citado antes, en el que participaron tres profesores protestantes (Bauckham, Charlesworth, Marguerat) y cinco católicos (Aguirre, Freyne, Segalla, Tuñí y Puig).
Este deseo de conocer a Jesús es compartido por gran parte de la opinión pública. Así lo prueba el éxito de algunos autores de los llamados best-sellers, que han vendido millones de libros (El código Da Vinci, 75 millones). Interesan Jesús y su mundo, su humanidad y su divinidad, sus amigos y sus enemigos, sus enigmas y su luz. Regularmente, aparecen reportajes con pretendidos descubrimientos arqueológicos de la tumba donde fue enterrado o bien vídeos sobre los ambientes en los que discurre su vida o sobre fragmentos de su vida. Todo ello parece no tener freno. Cuesta llenar las iglesias, pero Jesús, solo Él, llena centenares de productos literarios y audiovisuales. Me hace mucha gracia. ¡Mundo curioso, el nuestro!
¿Por qué de este boom? Por un lado, creo que hay necesidad de iconos, de personajes emblemáticos, del presente y del pasado, que sean referentes comunes de la humanidad en este inicio de siglo que vivimos bajo el signo evidente de la confusión, la incertidumbre y el desasosiego vital. Se buscan personajes capaces de transmitir calidad espiritual, más allá de los inmediatismos y la dictadura de la economía a la que nos vemos abocados. Un mundo con dificultades para comprenderse a sí mismo queda fascinado ante Jesús, alguien con un alto sentido de la libertad y de la compasión hacia los demás, alguien que no ignora la verdad ni flirtea con la injusticia, alguien que pone la palabra mágica amor en el primer lugar de su mensaje. Evidentemente, esto tiene poco que ver con una visión utilitarista de la vida, de las personas y de las cosas –usar y tirar; solo vale lo que me beneficia; los niños y los ancianos son un estorbo, etc., etc.-- ni con una estrategia de poder. Jesús es el icono de lo que hay de bueno dentro de cada uno y que no siempre emerge.
Jesús se presenta como alguien extremadamente cercano a las personas y sus coordenadas vitales. Y la búsqueda del Jesús de la historia contribuye a evidenciar esta proximidad. Por ejemplo, ahora entendemos mucho mejor que Jesús no rehúya cultivar la amistad alrededor de una mesa y que, sentado junto a gente muy diversa, se les dirija con palabras y actitudes llenas de afecto. Jesús no es un asceta riguroso sino espiritual, para quien la persona humana, auténtica imagen de Dios, ocupa el centro de sus intereses. Como buen judío, practica la religión de Moisés, pero no se conforma con repetirla: su punto está entre lo recibido y lo nuevo, no se avergüenza de ser judío pero la pertenencia étnica es insignificante en su escala de valores. Sin ganas de provocar ni de hacerse el original, Jesús promueve una auténtica revolución en las relaciones interhumanas. Para él, el primer lugar es para el niño, el pobre, el abandonado, el forastero, la mujer, el enfermo. El término tolerancia le queda pequeño. El que mejor le va es amistad.
Jesús también descoloca. La búsqueda histórica intenta precisar quién es, pero cuantas más ventanas se abren sobre su persona, más horizontes aparecen. Y más matices. No todas las cuestiones que lo rodean son clarificables, pero la búsqueda actual logra algo muy valioso: dar color al ambiente en que vivió Jesús. Esto permite apreciar algo altamente interesante, en relación con el pueblo judío en el siglo I (el siglo de la destrucción del templo de Jerusalén), las tensiones en que vivió (los romanos eran los dueños del país) y los debates ideológicos en juego (entre esenios, saduceos y fariseos). Estamos ante un mosaico sobre el que hay que dibujar, paulatinamente, el retrato histórico de un personaje realmente global, que interesa a creyentes y no creyentes.

domingo, 21 de marzo de 2010

TEMPLARIOS EN TIERRA SANTA: GUERREROS SOBERBIOS O CABALLEROS MODÉLICOS


Los caballeros del Temple encarnaron por excelencia el espíritu que animó las cruzadas a Tierra Santa. Monjes ascéticos, guerreros implacables, grandes señores feudales y también banqueros: los templarios llegaron a ser todo esto a la vez durante los dos siglos que duró su presencia en Palestina. Dueños de una poderosa red de fortalezas, estuvieron presentes en Oriente hasta la caída de Acre, el último bastión de los cruzados.

¿Fueron los templarios unos guerreros soberbios, sedientos de riqueza y poder? ¿O más bien unos caballeros modélicos que se dedicaron al servicio y defensa de los peregrinos cristianos en Tierra Santa? Las fábulas y leyendas en torno a los templarios han dificultado el estudio de la Orden del Temple. Todo comenzó en 1095, cuando el papa Urbano II proclamó la Primera Cruzada, un llamamiento a los fieles cristianos para que tomaran las armas y liberaran Jerusalén del Islam. Así, en 1120, después de varios años de revuelta en Jerusalén, Hugo de Payns fundó —junto a ocho caballeros— la Orden del Temple. Balduino II, rey cristiano de Jerusalén, colocó bajo su protección a la Orden, cuyos nueve miembros estaban dispuestos a dar su vida para la defensa de los peregrinos. Los componentes de la Orden —con Hugo de Payns como primer maestre— pertenecían a la baja nobleza y eran señores de pequeños dominios. Lo que les caracterizaba más bien tenía que ver con los ideales: se comprometieron a llevar una vida monacal y prometieron al rey y el patriarca de Jerusalén cumplir los votos de pobreza, castidad y obediencia, además de entregarse por completo a la autoridad del papa. Pronto se convirtieron en la principal Orden de toda la cristiandad. Su primer batalla, en 1129, en la ciudad musulmana de Damasco, fue un rotundo fracaso, pero durante la Segunda Cruzada (1147-1149) ya destacaban con las armas, y el rey Luis VII de Francia les encargó el adiestramiento militar de su ejército. A mediados del siglo XII ya estaban asentados en Tierra Santa y su fortaleza en el combate creció paralela a la arrogancia y soberbia de algunos miembros de la Orden. Esta actitud intrépida provocó varias bajas, ya que además tenían prohibido retirarse o rendirse en medio de un combate. El caudillo musulmán Saladino puso contra las cuerdas al Temple. En la batalla conocida como “los Cuernos de Hattin” —un paraje dominado por dos cerros— los templarios sufrieron un duro revés: murieron 230 de los 250 caballeros que participaron en ella. El viernes 2 de octubre de 1187 Saladino entró victorioso y triunfante en Jerusalén. No obstante, a principios del siglo XIII la boyante economía europea permitió que el Temple se reforzase de nuevo. Tomaron cierta posesión de Tierra Santa durante unos años hasta que de nuevo, en la batalla de La Forbie perecieron 267 templarios —sólo se salvaron 33—. Fue el principio del fin de la presencia cristiana en Tierra Santa.

TIERRA SANTA: UN ANTES Y UN DESPUÉS EN MI VIDA




¿Por qué Jerusalén? Entre los miles de lugares que hay para conocer y para hacer turismo, ¿por qué ir a Jerusalén, a Tierra Santa?
La respuesta es muy sencilla: Jerusalén concentra una historia milenaria, donde se han dado cita las principales religiones y culturas del mundo. Visitar Jerusalén, y más en general Tierra Santa, es encontrarse de frente, cara a cara, con la historia de la humanidad, con los sentimientos más profundos y con las aspiraciones más hondas.
Más en particular, para los cristianos, es el escenario de la vida, de la predicación y del Misterio Pascual de Jesús. Un ejemplo: el Cenáculo. Es un edificio sencillo, antiguo, entre los miles de edificios que componen la ciudad antigua de Jerusalén. Pero es absolutamente único, y un lugar santo. Si se considera que ahí Jesús instituyó la Eucaristía y el sacerdocio; allí expresó el discurso de la cena que nos refiere especialmente el evangelio de S. Juan; ahí se apareció a los discípulos el día de la resurrección e instituyó el sacramento de la penitencia donándoles el Espíritu Santo; ahí, en fin, nació la Iglesia el día de Pentecostés, donde “se reunían en un solo corazón los discípulos, junto con María la Madre de Jesús y algunas mujeres”. Quien dice Cenáculo, dice Monte de los Olivos, Belén, Nazaret, valle del Jordán y tantos otros sitios escondidos en la geografía de Galilea, de Samaria o de Judea.
Peregrinar a Jerusalén es encontrarse con el misterio de Dios y el misterio del hombre. Por esto vale la pena visitar Jerusalén. Por eso durante todos los siglos Jerusalén ha suscitado una atracción y una fascinación tan especial. Por eso también hoy, miles de personas de todas las razas, credos y culturas, se dan cita entre los muros de esta ciudad antigua y siempre nueva.
“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor!”
“Cada persona tendría que ir a Jerusalén (léase, Tierra Santa) al menos una vez en la vida”. Así se expresó el mismo Juan Pablo II dirigiéndose a todos los obispos italianos reunidos en asamblea, en mayo del 2002.
Peregrinar a los lugares donde vivió Jesús es, sin lugar a dudas, visitar unos lugares físicos, unos ambientes, unos paisajes; pero también es visitar la interioridad, es descubrir en nosotros la relación con Cristo y con el Evangelio. Por eso, éste no es un viaje cualquiera. Es un viaje que requiere una preparación:
En primer lugar, quien no lo esté, debe de familiarizarse con la tierra de Israel. Generalmente la Biblia o el Nuevo Testamento tienen mapas ilustrativos de cómo era la tierra de Israel en tiempos del Señor, y en Internet hay multitud de mapas. Es importante recordar las tres zonas principales de la tierra de Israel en la época de Jesús: Galilea, al norte; Samaria, al centro; y Judea, al sur. No nos deben pasar desapercibidos algunos lugares mencionados constantemente en el evangelio: el río Jordán, el lago de Tiberiades, Jerusalén. Por supuesto debemos tratar de localizar las ciudades más importantes de los relatos evangélicos: Cafarnaún, Caná, Belén, Nazaret, Jericó., Magdala. Incluso también localizar el Monte Tabor, el Monte Sión, el Monte de los Olivos. Sería una pena que visitásemos los lugares santos como un ratón en un laberinto. En cambio, cuando se es capaz de localizar estos lugares, estamos en grado de disfrutar mejor y de entender más lo que visitamos.

Una vez leí una expresión que me encantó: “Tierra Santa es el único lugar del mundo cuya ‘guía de turistas’ es la Biblia”. Es verdad. Pero sería demasiado pretencioso que todos los peregrinos de Tierra Santa leyéramos por entero la Biblia. Algo mucho más sencillo y realista es leer uno de los evangelios, al menos uno. Es igual si leemos a Mateo o Lucas, Juan o Marcos. No creo que nos ocupe más de una hora o dos. Además, podríamos hacerlo, subrayando los lugares o las referencias de lo que ya descubrimos mirando el mapa. Otra sugerencia sería subrayar en el evangelio los personajes principales: María, Pedro, Santiago, Lázaro, Nicodemo, el centurión, María Magdalena… No es lo mismo visitar una casa o un pueblo de un desconocido, que el de una persona con la que de algún modo nos hemos familiarizado.

Hasta aquí sería una preparación que podríamos llamar elemental, cultural. Pero desde luego la preparación principal es la espiritual.

La preparación espiritual y la vivencia espiritual de una peregrinación es lo más importante, y es lo que la diferencia entre un viaje cualquiera y una peregrinación. Juan Pablo II decía que una peregrinación a Tierra Santa es ponerse en camino con el deseo de encontrarse con Cristo, con el Cristo Vivo y Resucitado de nuestra fe.

El proceso de esta búsqueda puede ser tan diverso, como diversos son los modos o motivos que vemos en el evangelio. Algunos se acercaban a Él como ciegos que solicitaban ver; otros como endemoniados que querían ser liberados de los espíritus inmundos; también algunos, tal vez como curiosos se acercaron a los discípulos con esta petición: “queremos ver a Jesús”. Santo o pecador, fervoroso o tibio, indiferente o entusiasta… lo importante para preparar la peregrinación es el deseo de encontrar; lo demás es turismo.

He oído a mucha gente decir lo siguiente: “la peregrinación a Tierra Santa ha marcado un ‘antes’ y un ‘después’ en mi vida”. Creo que es cierto. Pero lo será en la medida en que uno lo quiera, y en la medida en que uno se disponga para ello.

UN PUENTE DE PAZ

MIEDO ANTE EL VIAJE A TIERRA SANTA


Estos días, antes de nuestro viaje, se han producido una serie de altercados entre jóvenes palestinos y las autoridades israelíes. Todo ello a consecuencia de la intención de Israel de construir 1600 viviendas en Jerusalén Este. El ejército israelí investiga las circunstancias de la muerte de dos jóvenes palestinos en violentos enfrentamientos recientes. También, tras los ataques palestinos con cohetes Qassam en los últimos días, la Fuerza Aérea Israelí bombardeó ayer por la noche dos túneles de contrabando cerca de la frontera de los territorios palestinos con Egipto.
Sin embargo, el alto dirigente de Hamás, Mahmud Zahar, ha criticado los recientes ataques con cohetes Qassam contra suelo israelí, diciendo que "son acciones que le permiten al enemigo sumar puntos en la opinión pública"
Hamás negocia –igualmente- con Israel a través de mediadores alemanes el canje del soldado israelí Guilad Shalit, capturado en junio de 2006, por unos MIL presos palestinos en cárceles israelíes. Los captores de Shalit no han permitido a la Cruz Roja Internacional hacer "una sola revisión médica" al soldado en sus cerca de cuatro años en cautiverio.
Todo esto lleva a que algunos vuelvan a tener miedo ante el viaje a Tierra Santa. No obstante, me limito ahora a dar tres razones para motivar la peregrinación a Tierra Santa.
Primero. La peregrinación es segura. Las noticias que nos llegan sobre la seguridad en Israel y los territorios autónomos palestinos nos podrían llevar a concluir que no es prudente emprender en las condiciones presentes la peregrinación a Tierra Santa. Afortunadamente, no es cierto. El conflicto judío-palestino, incluso en los momentos más duros de la intifada, no ha atentado jamás contra los peregrinos. El itinerario de los peregrinos está muy alejado de los lugares en conflicto, especialmente de la zona de Gaza. Además, la prudente y heroica labor de la orden franciscana, a quien los papas encomendaron la custodia de los Lugares Santos, unido al común beneficio económico, ha hecho que tanto judíos como musulmanes estén muy interesados en la continuidad de las peregrinaciones.
Pero es que, además, desde la construcción del Muro de seguridad, los atentados terroristas en Israel han disminuido de forma exponencial.
Segundo. Los palestinos cristianos necesitan nuestro apoyo. En nuestra tradición católica, hemos designado a la Iglesia de Jerusalén, con el nombre de 'Iglesia Madre'. Sin embargo, el conflicto permanente entre judíos y musulmanes ha originado un éxodo masivo de los palestinos cristianos a Europa y América. Traduciéndolo a datos: hace cincuenta años, más del 70% de la población de Belén era cristiana. Mientras que, hoy en día, los cristianos rondan el 15%. En Jerusalén no llegan al 3%.El drama de los palestinos cristianos estriba en que se sienten 'extraños' en su propia tierra, ante la islamización radical de muchos de sus hermanos palestinos, además de ser discriminados por los judíos, por el motivo de ser 'árabes palestinos'. La peregrinación es vital para ellos, tanto económica, como espiritualmente. Es necesario que sepan que no están solos, y que son arropados por los hijos que aquella Iglesia Madre fue engendrando por todo el mundo.Mención aparte merece la labor de los más de doscientos franciscanos que atienden los Lugares Santos. Su apoyo a los palestinos cristianos es admirable, y se está traduciendo en este momento en la construcción de viviendas, intentando frenar su diáspora. Tercero. «Algo faltará a vuestra fe si no habéis visto Jerusalén» (San Jerónimo). Uno de los problemas principales que solemos tener los cristianos de es el de creer que lo tenemos todo ya ¿visto y oído! El Evangelio no es para nosotros algo novedoso, incluso puede llegar a resultarnos repetitivo. Tenemos el peligro de adherirnos a la fe cristiana, al modo de una tradición heredada, sin la debida conciencia de que somos seguidores de la Persona de Jesucristo. Por ello, la expresión de San Jerónimo, no me parece exagerada. En los Lugares Santos descubrimos las 'huellas frescas' del paso de Cristo entre nosotros. La peregrinación nos sitúa en un 'Tú a tú', frente a Su Persona.

MAPA DE TIERRA SANTA


MAPA BÍBLICO DE TIERRA SANTA


SABIAS QUE...


En el año 637 de nuestra era los musulmanes ocuparon Jerusalén. Cuando entró en esa ciudad el califa Omar, montado en su caballo blanco, lo primero que hizo fue ir a visitar el Monte del Templo, donde Mahoma cumplió su extraño viaje al cielo.
Después visitó la iglesia del Santo Sepulcro, el centro de peregrinación de los cristianos, y se cuenta que, estando en ella, llegó la hora de la plegaria. El patriarca cristiano, cortés, invitó a Omar a rezar allí mismo, pero éste, con una cortesía aún mayor, se negó diciendo: "Si rezo en este lugar, los musulmanes querrán conmemorar el hecho levantando aquí una mezquita, y eso significaría la demolición del Santo Sepulcro". Por eso se fue a rezar a cierta distancia, en el sitio donde hoy se alza la mezquita de Omar, en la vecindad del sepulcro de Cristo. Después, durante 450 años de dominación musulmana, Jerusalén vivió la convivencia armoniosa de las tres religiones: el Cristianismo, el Islam y el Judaísmo.
El 7 de junio de 1099 los primeros Cruzados cayeron sobre Jerusalén. El gobernador egipcio de la ciudad, Iftikhar al-Daula, para aguantar el asedio, hizo acopio de provisiones, envenenó los manantiales vecinos y mandó talar todos los árboles alrededor de las murallas para privar a los invasores de madera para sus armas. Antes de la embestida, una visión le reveló al obispo Aldemar, legado del Papa, que si los soldados avanzaban descalzos hasta las murallas éstas se desplomarían por voluntad de Dios. Pero quizás alguno de los miles de soldados llevó sus sandalias, porque los muros no cayeron. Veinte mil cristianos venidos de Europa, bendecidos por el Papa y fanatizados por Pedro el Ermitaño y otros predicadores, encontraron por azar el lugar con la madera ya cortada, y así pudieron hacer los arietes, las torres, las escalas y las catapultas con las que tomaron la ciudad santa.
Fue una masacre horrenda. Los musulmanes que habitaban Jerusalén se tragaban sus monedas de oro y los cristianos los destripaban para buscarlas. Todos los habitantes de la ciudad fueron asesinados; el cronista cristiano Raymond de Aguilés contó que en las calles la sangre alcanzó la altura de un palmo, llenas de cabezas, manos y pies cortados; el primer cristiano que entraba en una casa o en un palacio se convertía enseguida en su dueño. Muchos musulmanes ricos se refugiaron en la mezquita de Al Aqsa, donde al ser capturados pagaron rescate por sus vidas, pero más tarde los invasores cristianos les dijeron que el rescate sólo era válido por un día, y los degollaron al día siguiente. Los judíos, en cambio, se habían refugiado rezando en la sinagoga, y ardieron en una sola llama con ella.
Veinte años después, un grupo de monjes guerreros inspirados por Bernardo de Claraval, que se convertiría más tarde en san Bernardo, fundó la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, que ofreció sus servicios al rey Balduino de Jerusalén. Éste les concedió una parte del Templo de la ciudad santa, por lo que se llamaron los Templarios: miembros de la poderosa y misteriosa orden del Temple, libre de toda otra dependencia eclesiástica y sujeta sólo a la autoridad del Papa. Fueron los grandes guerreros de los tiempos siguientes, financiadores de las monarquías de la Europa cristiana, depositarios de muchos saberes herméticos de la Edad Media, y fundadores de la arquitectura gótica.

sábado, 20 de marzo de 2010