No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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domingo, 21 de marzo de 2010

TIERRA SANTA: UN ANTES Y UN DESPUÉS EN MI VIDA




¿Por qué Jerusalén? Entre los miles de lugares que hay para conocer y para hacer turismo, ¿por qué ir a Jerusalén, a Tierra Santa?
La respuesta es muy sencilla: Jerusalén concentra una historia milenaria, donde se han dado cita las principales religiones y culturas del mundo. Visitar Jerusalén, y más en general Tierra Santa, es encontrarse de frente, cara a cara, con la historia de la humanidad, con los sentimientos más profundos y con las aspiraciones más hondas.
Más en particular, para los cristianos, es el escenario de la vida, de la predicación y del Misterio Pascual de Jesús. Un ejemplo: el Cenáculo. Es un edificio sencillo, antiguo, entre los miles de edificios que componen la ciudad antigua de Jerusalén. Pero es absolutamente único, y un lugar santo. Si se considera que ahí Jesús instituyó la Eucaristía y el sacerdocio; allí expresó el discurso de la cena que nos refiere especialmente el evangelio de S. Juan; ahí se apareció a los discípulos el día de la resurrección e instituyó el sacramento de la penitencia donándoles el Espíritu Santo; ahí, en fin, nació la Iglesia el día de Pentecostés, donde “se reunían en un solo corazón los discípulos, junto con María la Madre de Jesús y algunas mujeres”. Quien dice Cenáculo, dice Monte de los Olivos, Belén, Nazaret, valle del Jordán y tantos otros sitios escondidos en la geografía de Galilea, de Samaria o de Judea.
Peregrinar a Jerusalén es encontrarse con el misterio de Dios y el misterio del hombre. Por esto vale la pena visitar Jerusalén. Por eso durante todos los siglos Jerusalén ha suscitado una atracción y una fascinación tan especial. Por eso también hoy, miles de personas de todas las razas, credos y culturas, se dan cita entre los muros de esta ciudad antigua y siempre nueva.
“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor!”
“Cada persona tendría que ir a Jerusalén (léase, Tierra Santa) al menos una vez en la vida”. Así se expresó el mismo Juan Pablo II dirigiéndose a todos los obispos italianos reunidos en asamblea, en mayo del 2002.
Peregrinar a los lugares donde vivió Jesús es, sin lugar a dudas, visitar unos lugares físicos, unos ambientes, unos paisajes; pero también es visitar la interioridad, es descubrir en nosotros la relación con Cristo y con el Evangelio. Por eso, éste no es un viaje cualquiera. Es un viaje que requiere una preparación:
En primer lugar, quien no lo esté, debe de familiarizarse con la tierra de Israel. Generalmente la Biblia o el Nuevo Testamento tienen mapas ilustrativos de cómo era la tierra de Israel en tiempos del Señor, y en Internet hay multitud de mapas. Es importante recordar las tres zonas principales de la tierra de Israel en la época de Jesús: Galilea, al norte; Samaria, al centro; y Judea, al sur. No nos deben pasar desapercibidos algunos lugares mencionados constantemente en el evangelio: el río Jordán, el lago de Tiberiades, Jerusalén. Por supuesto debemos tratar de localizar las ciudades más importantes de los relatos evangélicos: Cafarnaún, Caná, Belén, Nazaret, Jericó., Magdala. Incluso también localizar el Monte Tabor, el Monte Sión, el Monte de los Olivos. Sería una pena que visitásemos los lugares santos como un ratón en un laberinto. En cambio, cuando se es capaz de localizar estos lugares, estamos en grado de disfrutar mejor y de entender más lo que visitamos.

Una vez leí una expresión que me encantó: “Tierra Santa es el único lugar del mundo cuya ‘guía de turistas’ es la Biblia”. Es verdad. Pero sería demasiado pretencioso que todos los peregrinos de Tierra Santa leyéramos por entero la Biblia. Algo mucho más sencillo y realista es leer uno de los evangelios, al menos uno. Es igual si leemos a Mateo o Lucas, Juan o Marcos. No creo que nos ocupe más de una hora o dos. Además, podríamos hacerlo, subrayando los lugares o las referencias de lo que ya descubrimos mirando el mapa. Otra sugerencia sería subrayar en el evangelio los personajes principales: María, Pedro, Santiago, Lázaro, Nicodemo, el centurión, María Magdalena… No es lo mismo visitar una casa o un pueblo de un desconocido, que el de una persona con la que de algún modo nos hemos familiarizado.

Hasta aquí sería una preparación que podríamos llamar elemental, cultural. Pero desde luego la preparación principal es la espiritual.

La preparación espiritual y la vivencia espiritual de una peregrinación es lo más importante, y es lo que la diferencia entre un viaje cualquiera y una peregrinación. Juan Pablo II decía que una peregrinación a Tierra Santa es ponerse en camino con el deseo de encontrarse con Cristo, con el Cristo Vivo y Resucitado de nuestra fe.

El proceso de esta búsqueda puede ser tan diverso, como diversos son los modos o motivos que vemos en el evangelio. Algunos se acercaban a Él como ciegos que solicitaban ver; otros como endemoniados que querían ser liberados de los espíritus inmundos; también algunos, tal vez como curiosos se acercaron a los discípulos con esta petición: “queremos ver a Jesús”. Santo o pecador, fervoroso o tibio, indiferente o entusiasta… lo importante para preparar la peregrinación es el deseo de encontrar; lo demás es turismo.

He oído a mucha gente decir lo siguiente: “la peregrinación a Tierra Santa ha marcado un ‘antes’ y un ‘después’ en mi vida”. Creo que es cierto. Pero lo será en la medida en que uno lo quiera, y en la medida en que uno se disponga para ello.

1 comentario:

  1. Me alegro mucho de que hayáis dsfrutado de una experiencia como esta.
    Seguro que en un lugar como éste y con personas como vosotros el cielo no estaba lejos.

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