No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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domingo, 21 de marzo de 2010

SABIAS QUE...


En el año 637 de nuestra era los musulmanes ocuparon Jerusalén. Cuando entró en esa ciudad el califa Omar, montado en su caballo blanco, lo primero que hizo fue ir a visitar el Monte del Templo, donde Mahoma cumplió su extraño viaje al cielo.
Después visitó la iglesia del Santo Sepulcro, el centro de peregrinación de los cristianos, y se cuenta que, estando en ella, llegó la hora de la plegaria. El patriarca cristiano, cortés, invitó a Omar a rezar allí mismo, pero éste, con una cortesía aún mayor, se negó diciendo: "Si rezo en este lugar, los musulmanes querrán conmemorar el hecho levantando aquí una mezquita, y eso significaría la demolición del Santo Sepulcro". Por eso se fue a rezar a cierta distancia, en el sitio donde hoy se alza la mezquita de Omar, en la vecindad del sepulcro de Cristo. Después, durante 450 años de dominación musulmana, Jerusalén vivió la convivencia armoniosa de las tres religiones: el Cristianismo, el Islam y el Judaísmo.
El 7 de junio de 1099 los primeros Cruzados cayeron sobre Jerusalén. El gobernador egipcio de la ciudad, Iftikhar al-Daula, para aguantar el asedio, hizo acopio de provisiones, envenenó los manantiales vecinos y mandó talar todos los árboles alrededor de las murallas para privar a los invasores de madera para sus armas. Antes de la embestida, una visión le reveló al obispo Aldemar, legado del Papa, que si los soldados avanzaban descalzos hasta las murallas éstas se desplomarían por voluntad de Dios. Pero quizás alguno de los miles de soldados llevó sus sandalias, porque los muros no cayeron. Veinte mil cristianos venidos de Europa, bendecidos por el Papa y fanatizados por Pedro el Ermitaño y otros predicadores, encontraron por azar el lugar con la madera ya cortada, y así pudieron hacer los arietes, las torres, las escalas y las catapultas con las que tomaron la ciudad santa.
Fue una masacre horrenda. Los musulmanes que habitaban Jerusalén se tragaban sus monedas de oro y los cristianos los destripaban para buscarlas. Todos los habitantes de la ciudad fueron asesinados; el cronista cristiano Raymond de Aguilés contó que en las calles la sangre alcanzó la altura de un palmo, llenas de cabezas, manos y pies cortados; el primer cristiano que entraba en una casa o en un palacio se convertía enseguida en su dueño. Muchos musulmanes ricos se refugiaron en la mezquita de Al Aqsa, donde al ser capturados pagaron rescate por sus vidas, pero más tarde los invasores cristianos les dijeron que el rescate sólo era válido por un día, y los degollaron al día siguiente. Los judíos, en cambio, se habían refugiado rezando en la sinagoga, y ardieron en una sola llama con ella.
Veinte años después, un grupo de monjes guerreros inspirados por Bernardo de Claraval, que se convertiría más tarde en san Bernardo, fundó la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, que ofreció sus servicios al rey Balduino de Jerusalén. Éste les concedió una parte del Templo de la ciudad santa, por lo que se llamaron los Templarios: miembros de la poderosa y misteriosa orden del Temple, libre de toda otra dependencia eclesiástica y sujeta sólo a la autoridad del Papa. Fueron los grandes guerreros de los tiempos siguientes, financiadores de las monarquías de la Europa cristiana, depositarios de muchos saberes herméticos de la Edad Media, y fundadores de la arquitectura gótica.

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