A las 6,45 ya estamos en el comedor del hotel dando cuenta de un opíparo desayuno en el buffet.Salimos en dirección a la región del lago de Tiberiades. El recorrido es muy agradable a la vista: campos cultivados, colinas, pequeños pueblos diseminados. Todo está muy verde, es el milagro de la lluvia. Estos caminos serían recorridos muchas veces por Jesús. Vamos directamente al santuario de las Bienaventuranzas. El autobús sube la ladera de la montaña, sobre el lago. Nos acercamos por un majestuoso camino flanqueado de palmeras. La estructura del edificio, cuya línea octogonal es muy lograda, es bella, con su cúpula verde oscuro y sus arcos delanteros que destacan sobre el fondo azul claro del mar, más allá en la hondonada. Es un lugar encantador. Entramos y, como hay mucha gente, nos limitamos a recorrer un pasillo que en semicírculo da la vuelta entera. Ocho vidrieras –ocho bienaventuranzas- convergen hacia dentro, hacia el altar. Los ventanales dejan penetrar la luz y la vista al exterior, cuyo panorama sobre el lago es realmente espléndido. Salimos al exterior para saborear el paisaje y entre los grupos de peregrinos reparamos en uno con su banderita canadiense, cuyo guía los reúne y lee el correspondiente Evangelio. Resulta una experiencia escuchar el inicio del Sermón de la Montaña en francés, seguramente con acento de Quebec. Hacemos las fotos oportunas y enseguida el padre Jesús nos conmina al autobús. Pasamos por delante de los canadienses que están en silencio mirando el suelo. Algunos se santiguan.
Ya en el autobús vemos, por encima del santuario de las Bienaventuranzas, a un kilómetro aproximadamente, la “Domus Galilae”, la residencia del camino neocatecumenal, los Kikos.
Estamos ya casi en el lago, rodeado de montañas y colinas. Nos encontramos en primer lugar con las colinas de Arbel, en forma de acantilados, con numerosas cuevas donde se refugiaron los galileos contrarios a Herodes el Grande en el año
Sobre este mar de Galilea, en el que ya estamos, pasaba la gran ruta comercial de Oriente hacia Atenas y Roma y que el lago, que tiene forma de arpa, llamó siempre la atención de sus conquistadores. La carretera desciende visiblemente, ya que el lago se encuentra a más de doscientos metros por debajo del nivel del Mediterráneo. El día es luminoso y claro y la visión de esa mancha azul (
Bajamos del autobús y nos encontramos en un camino silvestre y poético en dirección a una pequeña iglesia de piedra de basalto. Se trata de la iglesia franciscana del Primado, levantada en el lugar –Tagbha- en que, según el evangelio de Juan, Jesús después de resucitado confirmaría la primacía de Pedro diciéndole: “Apacienta mis ovejas”. Hay bajo unos árboles una escultura en bronce que representa la escena y nos hacemos las fotos oportunas.
En la iglesia hay unos peldaños descubiertos por los arqueólogos que descienden hasta el lago. Podrían ser los que señala la peregrina Egeria en su diario del siglo IV: “No lejos de Cafarnaum se ven como unos peldaños en la roca sobre los cuales estuvo el Señor”. Los guijarros de la orilla son negruzcos; algunos miembros del grupo se quitan los zapatos y meten los pies en el agua. Hay pescadores en la orilla recogiendo unas redes. Es lugar de pescadores y tuvo que serlo igualmente en la época de Jesús.
Al lado, muy cerca, está la iglesia benedictina de la multiplicación de los panes y los peces. Pero hay que tomar el autobús y dar un rodeo, ya que las monjas no permiten el paso por su propiedad. Sin comentarios.
Antes de llegar a Cafarnaum, que está también muy cerca, repasamos los conocimientos sobre el lugar. El Antiguo Testamento no lo cita ni una sola vez. Pero en tiempos de Jesús era una ciudad próspera, en la ruta de Damasco, con puesto de “aduanas” y pequeña guarnición romana. Ha sido considerada la segunda patria de Jesús y el centro de su predicación en Galilea. Aquí realizó muchos milagros, pero que la ciudad le volvió la espalda. ¡Ay de ti, Cafarnaum! Los franciscanos adquirieron los terrenos a finales del siglo XIX y levantaron un convento, dedicándose a los trabajos arqueológicos en la sinagoga y en la “Casa de Pedro” en la que encontraron vestigios de haber sido venerada y utilizada como sitio de oración desde el siglo I.
Al entrar un cartel identifica en inglés: “Capharnaum, la ciudad de Jesús”. A la derecha una estatua en bronce de San Pedro, donde todos quieren hacerse la foto. Avanzamos hasta la “Casa de Pedro”. Es muy posible que Pedro, su suegra y Andrés vivieran exactamente aquí. Por supuesto la vivienda original, donde se instaló Jesús, debió desaparecer, pero todo parece indicar que el octógono central se construyó sobre la primitiva mansión de Pedro. Los franciscanos han desenterrado hasta once niveles de pisos, en el más bajo de los cuales encontraron aparejos de pesca y otros indicios de una humilde casa de pescador.contemporáneo de Cristo; el nombre de Jesús varias veces repetido, así como dos veces el nombre de Pedro, símbolos eucarísticos y monogramas. Sobre el octógono central de la vivienda se ha levantado una magnifica y esplendorosa Basílica, con forma de barca, donde todos los grupos oímos la Santa Misa.
Después de la Misa nos acercamos hasta la sinagoga. El edificio, del siglo IV, fue levantado en el centro físico de la pequeña ciudad y estaba rodeado de calles por los cuatro lados. A diferencia de las casas particulares y de la sinagoga primitiva, que se distinguían por sus negras piedras de basalto, la sinagoga fue construida casi enteramente con bloques cuadrados de piedra caliza blanca, traídos de canteras situadas a muchos kilómetros de distancia. Los elementos decorativos (dinteles, comisas, capiteles, etc.) están colocados tras una valla, de manera que se pueden observar sin tocarlos. La fachada principal miraba a Jerusalén y su sala de oración era de grandes proporciones.
Deambulamos un rato por Cafarnaum y nos vamos rápidamente hacia el barco para cruzar el lago hasta el oasis de Ein Gev. Nos juntamos varios grupos de peregrinos y parte el primer barco. El nuestro se va llenando y partimos al son del himno español, mientras se iza la bandera española y todos de pie aplaudimos al final. El barco se desliza suavemente porque el agua está tranquila. El piloto lleva visera y una camiseta con la estrella de David. Nuestra emoción es fuerte y golpea dentro del pecho. Las colinas circundantes del lago están preciosas. El paisaje desde aquí hechiza. Vemos una motora haciendo esquí acuático, pero no se oye ningún ruido salvo los motores de nuestro barco. Cuando llegamos al centro del lago, brazada más o menos, se detienen los motores y se lee un pasaje evangélico. Todos guardamos silencio y pensamos en mil cosas distintas. Arrancan de nuevo los motores y siguiendo con el disfrute del paisaje y con la suave brisa, llegamos a Ein Gev.
Nos distribuimos en el comedor, que está en la orilla del lago. De menú, como no, pez de San Pedro que regamos, a gusto de todos, con unas botellas de vino blanco israelí.
Terminada la comida, recorremos la orilla oriental del lago hasta darle la vuelta por el sur y encontrarnos con el Jordán que continúa su curso hasta morir en el Mar Muerto. Paramos en un lugar adecuado y todos, provistos de nuestras botellas, recogemos agua del Jordán. Parece ser, según el Padre Jesús, que las autoridades judías no ponen problemas para embarcar el agua en el avión. Seguimos camino y la carretera comienza a subir, alejándonos del lago. A estas horas las vistas son preciosas e inolvidables, quedarán grabadas en nuestra retina.
Vamos rumbo al pueblo de Débora, al pie del monte Tabor, desde el que en taxis subiremos a la cumbre de este monte, donde tuvo lugar la Transfiguración del Señor. Los taxis son furgonetas de diez plazas, aunque para subir solo llevan a ocho personas. La cuesta que lleva arriba del Tabor -600 metros- es más empinada y arisca de lo que cabe pensar desde abajo. A cierta distancia, el Tabor parece como una joroba verde. Llegamos arriba y una larga avenida de cipreses nos da la bienvenida a la Basílica de la Transfiguración. El interior es agradable. Tres naves – tres tiendas- con una escalinata que desciende hasta la cripta. El ábside ofrece un grandioso mosaico de la Transfiguración. Salimos al exterior y subimos a las terrazas que presentan unas excelentes vistas sobre la llanura de Esdrelón. Se ven las blancas manchas de aldeas árabes y gran cantidad de kibutzs. A lo lejos, vemos la aldea de Naim, la que según dicen se encuentra inalterable desde hace varios siglos. Toda la aldea es musulmana, pero hay una pequeña capilla que conmemora el milagro del hijo de la viuda. D. Jesús nos promete que, de regreso a Nazaret, la visitaremos.
De regreso a Nazaret, pasando por Naim, hacemos un recuento de este día tan intenso. A la llegada, ya de noche, vemos la luna en todo el esplendor del plenilunio. Es la noche del 14 de Nisam, la noche más santa para los judíos. Es la Pesaj. La magia se apodera de nosotros. la claridad de la luna hace que no brillen las estrellas, resultando espectacular la visión del cielo.
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