No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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miércoles, 28 de abril de 2010

Lunes 5 de Abril de 2010

El domingo, después de la cena, subimos a las habitaciones a preparar las maletas. Es la hora de la despedida de Jerusalén. Hacemos recuento del viaje. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántos momentos inolvidables e irrepetibles! Antes, nos asomamos a la terraza del hotel y vemos, a lo lejos, las murallas de Jerusalén iluminadas.
Nos son ya familiares. Se distinguen las cúpulas de las mezquitas de Omar y El Acsa. También miramos con nostalgia las cúpulas del Calvario y el Santo Sepulcro. La luna, todavía en plenilunio, ilumina la escena como testigo fiel.

Ahora viene el capítulo de souvenirs y regalos que hay que guardar bien en las maletas, a salvo de los golpes que sufrirán. Los recuerdos más delicados irán en el equipaje de mano, en la cabina del avión.
Por la mañana, como siempre muy temprano, desayuno y equipajes al maletero del autobús. Hoy vamos a realizar una visita a Emaús. Allí se van a concentrar todos los grupos de peregrinos franciscanos en una ceremonia pontifical presidida por el Custodio. Después comeremos todos juntos; será una comida campestre. Para ello camareros del hotel cargan en el autobús cajas de pic-nics. Nos despedimos del hotel Ambassador y de su buen café. ¡Hasta la próxima! Y el autobús enfila la carretera hacia Emaús, pero antes D. Jesús nos lleva a visitar la tumba del profeta Samuel, llamada Nebi Samuil. Se encuentra sobre un monte (908 m. sobre el nivel del mar), y a unos 5 km. al norte de Jerusalén. El monte proporciona una buena vista de Jerusalén y controla los caminos que conducen a la ciudad. La gran mezquita con un alto minarete redondo en la cima del monte es claramente visible desde Jerusalén. Las vistas son magníficas, aunque esta mañana hay un poco de neblina. El lugar es reverenciado por judíos y musulmanes, porque la cueva debajo de ella es el lugar tradicional del sepulcro del profeta Samuel. Bajamos a la cueva, donde hay un catafalco con lo que debe ser la tumba.
Hay judíos en oración. Me pongo la kipá de plástico para entrar, con tan mala suerte que cae al suelo y provoca un pequeño ruido que alerta a los judíos.
Me hacen señas de que salga de allí, pero no obedezco hasta que no veo todo bien. Compruebo que quedan restos de comida, bebida y mantas. Por lo visto algunos han pasado la noche allí. Cuando llegó al autobús, Diego, que no ha visto la tumba. me pide que le acompañe y, de nuevo, bajo a la cueva. Los judíos me miran con mala cara, pero no dicen nada.


Marchamos, ahora sí, hacia Emaus. "Y he aquí, que dos de ellos iban el mismo día a un pueblo llamado Emaús, que estaba a ciento sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos". La tradición recogida por los franciscanos coloca en este lugar el recuerdo de la aparición de Jesús Resucitado a los dos discípulos de Emaús, Cleofás y Simeón.
Hay muchos autobuses de todos los grupos y muchos peregrinos. Llega el Custodio en un coche oficial con matrícula diplomática de la Custodia de Tierra Santa. Los franciscanos son los únicos que pueden pasar libremente a Jordania, Siria y los territorios de la Autoridad Nacional Palestina. Es un privilegio ganado con sangre, trabajo y dedicación durante ocho siglos.
En el año 1878 compraron estos terrenos. A los dos años se hicieron excavaciones arqueológicas y se encontraron dos iglesias bizantinas muy antiguas y una iglesia Cruzada que, con el paso del tiempo, habían quedado ocultas. Una de ellas estaba construida sobre la casa de Cleofás.
La Basílica está llena de gente y apenas se puede ver nada. De puro “milagro” hemos conseguido una sillas. Hay muchas cámaras de TV.
Nos encontrábamos allí los grupos de españoles y uno de argentinos, además, unos cuarenta franciscanos, bastantes religiosos y religiosas de otras órdenes y algunos parroquianos de Jerusalén y de los Territorios ocupados. Serán aproximadamente más de 800 los panes bendecidos los que el Custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, distribuirá uno por uno, como manda la tradición, al finalizar la celebración eucarística. Los cantos de la misa están animados por el coro de la Custodia de Tierra Santa, acompañados por algunos coristas alemanes pertenecientes a las dos corales de música gregoriana “Exulta Sion” (la coral femenina) y “Schola Gregoriana” (la coral masculina). Se canta el evangelio en árabe.
Una vez terminada la celebración, mientras los grupos de peregrinos españoles y algunos fieles disfrutamos del almuerzo que habíamos traído, otro grupo numeroso de peregrinos han sido acogidos en el convento para comer. Un grupo de franciscanos, guitarra en mano, continúa con la animación mientras muchos aprovechamos la frescura de la sombra de los árboles del jardín, junto a los restos de una calzada romana.
Salimos de Emaús en dirección al aeropuerto Ben Gurión, en Tel Aviv. Las colas de rigor para examen de equipajes, control de pasaportes y tarjetas de embarque. Hay problemas, y para tres de nuestro grupo, Ludi de Palencia, Delia de Toledo y Diego, no hay tarjeta. Tienen que esperar a que se resuelva el problema. Finalmente se arregla y consiguen su tarjeta de embarque. Hay que hacer las últimas compras. ¡Se nos ha olvidado comprar vino israelí! Solamente llevamos las botellas de vino comprado en Caná de Galilea. Corremos hacia la tienda del aeropuerto más cercana; hay mucha gente comprando y nos ponemos nerviosos porque la hora de embarqué termina a las 16,40 y son las 16,35. Corremos; han embarcado todos ya. Agitados, llegamos al túnel de embarque. Por las cristaleras del túnel vemos que el avión de Iberia, un Airbus 340, lleva el nombre de Bárbara de Braganza. Entramos y nos encontramos un gran revuelo. Todos los asientos están cambiados. Ningún matrimonio viaja junto con su cónyuge en los asientos y todos quieren cambiar. Las azafatas piden tranquilidad y dicen que después se arreglará, pero no se les hace caso y como nos conocemos todos, empiezan los intercambios. Aquello parece un mercado. Son las cinco en punto y la señal de abrocharse los cinturones hace que todos ocupen los asientos. El avión rueda por la pista y los motores de este Airbus 340, cuando son las 17,15, nos levantan por encima de Tel Avik. Vemos los edificios, los hoteles de la playa, el puerto de Jafa… Pero los potentes motores siguen empujando hacia arriba y unas nubes nos envuelven y nos hacen perder nuestra última visión de Tierra Santa.

1 comentario:

  1. Es todo muy emocionante. Me ha hecho llorar. Enhorabuena por el blog

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