No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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jueves, 8 de abril de 2010

Domingo 28 de Marzo:



Domingo de ramos. Después de desayunar, muy temprano, salimos en dirección a la Explanada de las Mezquitas/del Templo. Allí el padre nos explica todos los avatares de la explanada. A nuestro lado un grupo de musulmanes estiran unas alfombras en el suelo y a rezar, una vez rezados, se sentaron en unas sillas blancas de plástico y a almorzar. Alimento para el espíritu y para el cuerpo.
Por todos los rincones de la Explanada grupos de peregrinos escuchando también la explicaciones de sus guías. La policía ronda armada (choca verlos con sus chalecos antibalas cargados con sus metralletas y en los bolsillos del chaleco toda clase de artilugios). Cipreses altos, muy altos, que junto con los olivos y pinos esparcidos por toda la explanada le dan un aire exótico. No nos dejan entrar a la mezquita. Salimos en dirección al Muro de las Lamentaciones.
Después de visitar la explanada del Templo (ahora, la explanada de las mezquitas), nos disponemos a visitar el Muro de las Lamentaciones. Antes hay que pasar un control policíaco. Todos, en fila, vamos depositando los objetos metálicos en una bandeja para el escáner y pasando por el arco.

Una vez que hemos pasado todos, avanzamos unos metros por el túnel y nos encontramos el Muro (el Kotel, para los judíos) en toda su dimensión. Es impresionante. Los bloques de piedra yuxtapuestos alcanzan una altura considerable. Son veinticuatro hileras de grandes piedras ciento por ciento herodianas. Podríamos decir que el Muro es el “Gran Frontón de la piedad”, puesto que las piedras parecen devolver, rebotadas, las plegarias de los hombres y mujeres que rezan a sus pies, balanceando sus cuerpos. Nos llama la atención que se mantenga en el Muro la separación de sexos. Una valla divisoria, colocada en el centro, deja a los hombres a la izquierda y a las mujeres a la derecha. Los hombres hemos tenido que colocarnos una kipá para acercarnos. Impresiona y emociona ver a los judíos rezar ante ese Muro, muro que bordeaba al Templo, lo único que queda del mismo. El fervor de esa gente se contagia, los cánticos, el movimiento del cuerpo a la vez que oran, produce una emoción en nosotros inexplicable. Nos unimos en oración y depositamos también nuestras peticiones, escritas en un papel, entre las piedras del Muro. Nos damos cuenta que los que rezan lo hacen de pie ante el Muro, cara a cara con él y algunos dan golpecitos con la frente en las piedras. El balanceo del cuerpo se hace al compás del rezo o canto de los salmos, puesto que le ley judía exige que, en la plegaria, además del espíritu “participen” moviéndose todos los huesos del cuerpo.
Hay también soldados, que con su uniforme y sus metralletas compone una estampa bastante insólita. Dos de los soldados, que estaban rezando juntos, empiezan a besar la piedra que tienen delante. Después levantan los brazos y los apoyan en el Muro, con lo que su postura parece la de los delincuentes que van a ser cacheados.
También nos llama la atención la gran superficie de la explanada que se extiende ante el Muro. Al término de la guerra de los Seis Días, en 1967, (en la que los judíos resultaron espectacularmente vencedores ante la coalición de países árabes que les triplicaban en armamento y soldados) lo primero que éstos hicieron fue barrer con bulldozers, las casas y covachas árabes que había en el lugar, al objeto de obtener espacio para las masivas concentraciones que a partir de entonces se organizarían. La operación fue fulminante e inmediata. Sin embargo, no puede olvidarse que a lo largo de generaciones el pueblo judío estuvo soñando con ese momento, y que durante el dominio de Jordania, tenían prohibido acercarse siquiera al Muro.
A la izquierda se encuentra el Arco de Wilson, en cuyo interior hay una biblioteca con rollos de la Torá especialmente venerados. Lleva ese nombre en honor del oficial inglés que fue el primero en explorar aquella zona, entonces subterránea, convertida ahora en sinagoga para los días de lluvia o de calor excesivo. Entramos y vemos, a través de un cristal en el suelo, las excavaciones realizadas en el Muro, de más de diez metros de profundidad.
Un detalle: leo en una guía que las gotitas de rocío que durante la noche cubren las piedras del Muro, provienen de las lágrimas que el propio Muro vierte al llorar, junto con todo el pueblo judío, por la destrucción del Templo, y habrá rocío y habrá llanto hasta que dicho Templo sea reconstruido; aunque hay quien opina que ahora las lágrimas del Muro son de alegría, puesto que el pueblo judío ha alcanzado por fin la libertad.
Después nos dirigimos hacia el Santuario de San Pedro “in Gallicantum” Hoy conocida como la Casa del Sumo Sacerdote Caifás, la iglesia está construida en el lugar donde la tradición dice que San Pedro negó a Jesús tres veces antes de que cantara el gallo esta iglesia Católica se encuentra en la ladera oriental del monte Sión y es dedicada a la negación del Pater. La palabra "Gallicantum" se refiere al canto del gallo. El episodio de la negación de San Pedro es conmovedor.
Después de comer nos fuimos a la procesión de los ramos, que terminaba en el patio de Santa Ana, con la bendición del Lignun Crucis.
Es espectacular ver la cantidad de gente que alimentaba la procesión, de todos los países, de todos los colores, ataviados con trajes típicos, como una gran serpiente multicolor que dirían los comentaristas de la vuelta ciclista.
Cada grupo cantaba canciones religiosas, algunos hasta llevaban instrumentos, dando más vistosidad y sonoridad al acto. En las fotos, que no reflejan la realidad de lo que allí estaba pasando, os podéis dar una idea de cómo era. Cada uno llevábamos un ramito de olivo menos juanita que llevaba una palma que una niña judía en la explanada que había antes del Muro de las Lamentaciones, no sabemos por qué, le había dado. Lo que disfrutó Juanita con su palma, llevándola todo el día de un lado para otro. Fue tal la ilusión que le hizo que se la trajo a España.
Concluida la procesión, se recogió en Santa Ana, en donde habían montado un gran espectáculo de música y una gran cantidad de jóvenes estaban bailando al son de ella. Hasta yo me animé a dar mis pasitos de baile. Una vez leído el mensaje por la autoridad eclesiástica, comenzamos a irnos, como pudimos, ya que parecía que se había multiplicado por cinco el número de personas que estaban allí. Cogimos el autobús y nos fuimos a Galilea, para llegar al Nazaret en donde nos alojaríamos en Notre Dame. Un hotel de un año de existencia(dicen) pero que dejaba que desear.

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