No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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miércoles, 21 de abril de 2010

Sabado 3 de Abril de 2010

Como todos los días suena el teléfono a las 6 de la mañana. Temprano, muy temprano para el cansancio que ya vamos arrastrando. Desayuno y en marcha a la voz de don Jesús: ¡juventud al autobús!
Son las 7,30 en punto de la mañana, el sol hace ya casi dos horas que asomó por encima del Monte de los Olivos, y partimos ya en autobús desde la puerta del hotel Ambassador hacia Jericó. El conductor, del que no hemos hablado aún, se llama Riad, un joven árabe israelí, algo tímido pero simpático, que no habla ni una palabra de español pero con el que nos entendemos perfectamente. Está a nuestra entera disposición, más allá de sus obligaciones y de su horario de trabajo. Además nos tiene siempre la nevera del autobús llena de botellines frescos de agua que, aunque se la pagamos, él no exige nada y en estos días calurosos, el agua es de agradecer.
Cogemos la carretera que nos llevaría a Ammán, la capital de Jordania, si no fuera porque está cortada. ¿Hasta cuándo estos dos países dejarán al lado sus diferencias? Si saben que su final es entenderse, ya que son vecinos y comparten muchos kilómetros de frontera, que si no estuviese cerrada sería una nueva fuente de riqueza para ambos. En fin, la carretera nos va adentrando en el desierto, aunque todavía queda hierba, y eso es porque ha llovido bastante este invierno. Vemos ya los primeros beduinos, con sus tiendas negruzcas, clavadas con estacas al suelo. Algunos chiquillos van tras las cabras, que buscan la poca hierba que existe.
Vamos bajando y vemos un letrero que dice: “Nivel del mar” y la carretera sigue bajando. De pronto vemos a lo lejos un valle verde y D. Jesús nos informa que es el valle de Jericó. Llegamos a un cruce y giramos a la derecha, dejando a la izquierda Jericó, para visitar primero Qumrán. La carretera continúa hacia el sur, paralela a las primeras escarpaduras del desierto del Neguev, que de hecho comienza en el centro del Mar Muerto, camino de Masada. El paisaje es abrupto, con grietas en la tierra y en las rocas, seguramente debido a las torrenteras que, de vez en cuando, se producen por estos lugares. Hemos bajado bastante, estamos casi al nivel del Mar Muerto que está aproximadamente a 400 metros por debajo del nivel del Mediterráneo. Ya vemos el Mar Muerto y el clásico vaho de la evaporación; en la otra orilla está Jordania, el Monte Nebo, desde donde Moisés contempló la Tierra Prometida, y también, a lo lejos, se ven las montañas de Moab, de donde vino Ruth, la moabita. ¡Cuánto se ha escrito sobre estas tierras!
Después de recorrer unos doce kilómetros llegamos a través de una enorme oasis de palmeras (son tantas que pensamos que será un vivero) a Qumrán, lo que fue el centro de una comunidad habitada por la secta de los esenios. Lo primero que visitamos es un centro de interpretación y contemplamos un video que nos proyectan en una sala con aire acondicionado. Es un documental sobre los esenios. Nos enteramos que esta comunidad se llamaba “Alianza” y la palabra esenio podría significas “miembro” o “partidario” de la secta. Salimos al exterior. El sol empieza a ser abrasador, aunque con tanta sequedad, no se nota tanto. Subimos a una especie de mirador de madera desde el que se puede contemplar una vista panorámica del lugar. A la izquierda, las ruinas de lo que fue el “poblado” de la comunidad, con flechas indicativas y senderos para hacer el recorrido. Frente a nosotros se levanta la pared montañosa donde están las grutas y vemos aquella donde se encontraron los “Rollos”. Nos hacemos las fotografías de rigor. A nuestra espalda, ahora bien visible, se encuentra el Mar Muerto, que impresiona por su quietud. Recorremos los restos arqueológicos y oímos a gente de otro grupo comentar “que no quedan más que cuatro piedras”. Es cuestión de saber mirar y saber lo que se está viendo. Vemos el horno de cocer pan, el refectorio, varias estancias de reunión y, por supuesto, el famoso “Scriptorium” que seguramente también sería biblioteca, donde aparecieron tinteros de bronce y de arcilla. Una de las obsesiones de los esenios era la limpieza. En el “Manual de Disciplina” que fue encontrado casi intacto, dice que tenían que lavarse cinco veces al día. Nos detenemos, de vez en cuando, para contemplar la grandiosidad de la pared montañosa donde están las grutas.
Terminado el recorrido marchamos, ahora sí, hacia Jericó, pero antes vamos a realizar una parada para contemplar el desierto en toda su magnificencia. Llegamos a un lugar donde no se ve a nadie; paramos el autobús y, en lo alto de una colina vemos el perfil de un beduino en camello. Es una bonita estampa. No sé donde estaban ni de donde habrán salido, pero en cuestión de minutos nos vemos rodeados de beduinos que intentan vendernos sus mercancías. ¿Dónde estarían? Son de una amabilidad entrañable y les compramos unos pañuelos, collares y otros souvenirs. El paisaje es de desierto total, aunque no es un desierto estilo Hollywood, con arena y dunas. Parece ser que hay unos veinte mil beduinos en el Neguev, divididos en tribus, al frente de las cuales está un jefe, un sheik. Su régimen de vida durante siglos ha sido patriarcal y de una austeridad a toda prueba. Ha descendido mucho la mortalidad infantil porque acuden y son atendidos en hospitales israelíes. Su riqueza, además de los hijos varones, son el ganado y las tiendas. Algunos también venden chucherías a los turistas y se fotografían con ellos, así se sacan unos dólares o euros.
Llegamos a Jericó que aparece lujuriosa de vegetación, con palmeras, bananeros, almendros, limoneros y caña de azúcar. Ahora comprendo por qué en la Biblia se hable del Valle de las Palmeras; que Marco Antonio regalara esta comarca a Cleopatra, y que Herodes el Grande se construyese aquí un palacio de invierno. Vemos a lo lejos un monasterio en la pared de la montaña, es el Monte de la Tentación o Monte de la Cuarentena, donde Satanás tentó a Jesús ofreciéndole todos los reinos de la Tierra: “Al Señor Dios adorarás y a Él sólo darás culto”. Pasamos por la calle principal y paramos delante de un árbol grande; es un sicomoro, donde se subió Zaqueo para ver pasar a Jesús: “Zaqueo baja porque esta noche voy a hospedarme en tu casa”. Nos acercamos a un Tell, una colina de ruinas donde estaba la Jericó bíblica. Desde aquí nos acercamos a visitar la Fuente de Eliseo y rápidamente nos refugiamos en el restaurante para comer.
Después de la comida, D. Jesús propone subir al monasterio del Monte de la Tentación (hay teleférico), pero son pocos lo que se apuntan porque todos estamos deseando llegar al Mar Muerto para darnos un baño en esas aguas. Y para allá nos vamos.
Llegamos a una especie de camping, muy grande, y que –será porque es fin de semana- está abarrotado de gente, sobre todo jóvenes. Hay vestuarios, restaurantes, tiendas…y duchas al aire libre para quitarse los barros. Comprobamos que tienen mucha presión. Nos ponemos el bañador y al agua. Todos nos bañamos y comprobamos como se flota en este mar. Apenas se puede nadar y el agua tiene un aspecto aceitoso; el fondo es de lodo, el famoso barro tan bueno para la piel. Todos nos embadurnamos de barro y nos reímos mientras nos hacemos fotografías. Hay que estar diez minutos con el barro puesto y después otro baño. Después a las duchas, a tomarnos algo fresco y a relajarnos durante un rato. Hacemos compras: cremas, sales, barros, piedras preciosas…
Regresamos a Jerusalén completamente relajados. Más de uno se duerme en el autobús. Estamos en el hotel y subimos a las habitaciones a descansar hasta la hora de la cena y prepararnos para la gran Vigilia Pascual.
Hemos salido del hotel rumbo a Getsemani, donde vamos a asistir al tercer día del Triduo Pascual. Es la noche más importante del año para los cristianos. Todos nos hemos vestido con nuestras mejores galas porque la ocasión lo merece. Las puertas de la Basílica están abiertas de par en par y se palpa un ambiente de fiesta: “Esta es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno regresa victorioso”. El fuego está encendido en la puerta de la Basílica, pero no se reparten velitas para expresar la luz de Cristo porque el suelo de mosaico sufriría con la cera. A cambio utilizaremos los flashes de las máquinas. La celebración la preside también el padre Teodoro López. Al final todos alegres nos felicitamos las Pascuas. Es un momento de júbilo. Es un momento maravilloso, aquí en Jerusalén. Serán recuerdos imborrables para toda una vida. Además, y para colmo en esta noche, D. Jesús consigue que el padre franciscano encargado del Huerto de los Olivos nos abra la verja y podamos entrar. ¡Qué momento! Tocamos los olivos, algunos milenarios; hay quien coge un puñado de tierra y lo guarda, yo no puedo vencer la tentación y corto una ramita de un olivo. Nos hacemos fotografías con los olivos.
Regresamos ya tarde al hotel y mañana no iremos con el grupo. Por nuestra cuenta haremos una excursión a Masada.

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