No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

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domingo, 18 de abril de 2010

Jueves 1 de abril de 2010

Hoy es 1 de abril, Jueves Santo. Desayunamos adecuadamente y salimos hacia el Sión cristiano. En el sudoeste de la colina occidental de Jerusalén se encuentra el Santo Cenáculo, es decir, el lugar de la institución de la Eucaristía, la aparición de Cristo resucitado y la venida del Espíritu Santo. La sala superior de la casa, que un discípulo puso a disposición del Maestro para la celebración de la última Pascua, llegará a ser después de la Pasión refugio y lugar de reunión de los discípulos.
Llegamos a través de la Puerta de Sión. Esta puerta resultó gravemente dañada en 1949 cuando el Palmáj la hizo explotar para lograr acceso a la sitiada comunidad judía en la ciudad antigua. La puerta fue parcialmente reparada después de la Guerra de los Seis Días. Algunas de las cicatrices de la batalla se han mantenido deliberadamente para registrar la historia de la ciudad.
En la plazoleta anterior al Cenáculo han colocado una gran estatua en bronce del rey David tocando la lira. Esperamos un poco porque aún no han abierto e inmediatamente accedemos por una escalera hasta un piso. El edificio del Cenáculo es una estructura pequeña de dos pisos. El piso superior fue construido por los franciscanos en el siglo XIV para conmemorar el lugar de la Ultima Cena. Pronto, la Sala se va llenando de peregrinos y todos hablamos al mismo tiempo por lo que es muy difícil el recogimiento y hacer alguna oración. No obstante, leemos una parte del Evangelio: “…He deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer…” Las cámaras de fotos no paran de disparar y siguen entrando más peregrinos. Las aristas de la cúpula del cielo raso son típicas del gótico chipriota. Vemos el mihrab, el nicho de oraciones musulmán, que fue agregado más tarde, cuando los franciscanos fueron expulsados del edificio y el recinto fue convertido en mezquita. Salimos y bajamos a la habitación del piso inferior, justo debajo del Cenáculo, que contiene un cenotafio desde el siglo XII. conocido como "la tumba del rey David”. Es un lugar de oración para los judíos. Podemos entrar los hombres, lógicamente colocándonos la kipá. Es una sala pequeña, y varios judíos rezan y cantan salmos delante del cenotafio. Debajo del nivel del piso actual hay cimientos cruzados, bizantinos y romanos.



Salimos a la calle y nos dirigimos entre una muchedumbre de peregrinos hacia la iglesia de la Dormición de la Virgen. Esta iglesia fue construida entre los años 1901 y 1910 por los Padres Benedictinos, y es también conocida como la Abadía de la Dormición, Construida en estilo románico sobre otra iglesia antigua que fue destruida por los persas. Entramos y bajamos a la cripta donde en el centro de una rotonda hay una imagen de la Virgen dormida.
Abandonamos la iglesia y nos dirigimos al barrio judío. Es uno de los cuatro barrios en que está dividida la ciudad vieja: musulmán, cristiano, armenio y judío. Fue destruido prácticamente en su totalidad durante la ocupación jordana (1948 - 1967) y ahora ha sido reconstruido. Pasamos por el Cardo máximo que está por debajo del nivel de la carretera. El Cardo era la calle principal de la ciudad romana, marcando la dirección norte-sur; era una amplia calle con columnas, flanqueada por pórticos con tiendas: la parte actualmente visible, con columnas y capiteles corintios, corresponde más o menos a la mitad de la anchura original. Más adelante la calle sigue, por debajo de las construcciones modernas. Aquí las tiendas tienen otro aspecto, mas pulcro y más occidental, muy distinto al del barrio musulmán. Nos entretenemos haciendo unas fotos y compras y nos despistamos del grupo. Continuamos solos hacia la Puerta de Jafa, lugar donde les alcanzamos. Aquí nos encontramos con una especie de desfile-procesión con los franciscanos, el Custodio y el Patriarca Latino que vienen del Cenáculo. Llevan una cruz. En ese momento se produce un pequeño incidente. Me doy cuenta que la policía judía está deteniendo a los judíos ultraortodoxos, para que no se acerquen a la procesión franciscana. No obstante, dos de ellos eluden a la policía, penetran en la procesión e intentan “escupir” a la Cruz. No llego a ver si lo consiguen. La policía los aparta. Todo ha sido muy rápido y la mayoría de los del grupo no se han dado cuenta.
Subimos al autobús y marchamos hacia Belén. Vemos el muro, muy grande, muy alto. Pasamos a territorio palestino; a lo lejos se ve Belén. Siempre habíamos imaginado Belén como una pequeña aldea, y no es así. Se ve una población grande, que se va extendiendo y por suerte no se divisa ningún edificio alto. Todas las fachadas en blanco y la tierra no es que sea árida, pero tampoco hay una exuberante vegetación. El tráfico en Belén es intenso y caótico; el autobús sube unas calles en zig-zag, entre tiendas, cafés y una parada de taxis. Muchos anuncios en vallas y tapias, sobre todo de tabaco y de “coca-cola”. Llegamos a la plaza de la Natividad. La Basílica parece una fortaleza. Llama la atención la puerta de entrada, la única que hay. Es una puerta diminuta, como de miniatura, tan baja que para cruzarla hay que agachar mucho la cabeza. Parece ser que en la época otomana, los caballos y los camellos entraban por las buenas y hubo que achicar la puerta, y así continúa. Parece ser que la Basílica es la iglesia “existente” más antigua de la cristiandad. Se libró de la destrucción persa, al ver éstos unos grabados que representaban a los magos de Oriente, de origen persa.

Hay también muchos grupos, de todas las etnias. En la nave principal de la Basílica cuelgan muchas lámparas, según el rito oriental. Se forma una cola enorme para poder bajar a la gruta. Los monjes griegos controlan. Los vemos poco aseados, aunque puede ser una falsa percepción. Mientras estamos en la cola vemos que hay cinco naves con columnas de pórfido. El techo es de madera, aunque dicen que antes era de plomo, pero los turcos pensaron que el plomo estaría mejor convertido en balas para fusil. Vemos a unos peregrinos que meten sus dedos en unas hendiduras de una columna y apoyan la frente en la misma. Preguntamos y contestan que es una tradición y que se pide un deseo. También lo hacemos. Bajamos los escalones muy concurridos de gente y llegamos ante el altar, debajo del cual está la estrella de plata: “Hic de Virgine Maria Jesus Christus natus est”. Ese adverbio, HIC, Aquí, es único e irrepetible, no puede ser en ningún otro lugar de la tierra. Me arrodillo para besar la estrella y todos los papeles que llevo en el bolsillo de la camisa caen sobre la misma, incluidas las tarjetas de crédito y el pasaporte. El monje me indica que aligere y le hago un gesto que comprende. Por cierto, he leído que la estrella es un regalo de España, hecha con la plata traída de América en el siglo XVI.
Hacemos fotos a los demás miembros del grupo, conforme van besando la estrella y a continuación pasamos a la capilla del pesebre. Sólo Lucas menciona el “pesebre”. De modo, que lo del establo, la mula, el buey… es tradición de los apócrifos.
Salimos de la Basílica y nos encontramos en el claustro de San Jerónimo, contiguo a la Basílica. El santo se dedicó aquí en Belén a traducir los libros de la Biblia a un idioma occidental, la famosa “Vulgata”. En el centro del jardín hay una estatua del santo con una calavera a sus pies y alrededor unas cuantas palmeras exuberantes.
Marchamos por las calles hasta la cercana “Gruta de la leche”. Pasamos por el barrio que hay detrás de la Basílica, donde trabajan los artesanos en la elaboración de los “souvenirs” de Belén. Vemos como tallan una cruz, un San José, camellos, etc. En los patios, de los artesanos hay amontonada mucha madera de olivo. Los chiquillos palestinos nos acosan sin piedad y nos venden de todo, desde agua a un dólar, hasta collares, postales, etc. Llegamos a la Gruta de la leche, en la que según la tradición se refugió la Sagrada Familia huyendo de Herodes. Graciosa tradición pues mientras María amamantaba al Niño, una gota de leche cayó al suelo de la gruta, cuyas rocas se convirtieron de color blanco y adquirieron propiedades curativas. Un cuadro al óleo representa a María amamantando al Niño. Hay muchas lámparas y candelabros y un techo ahumado por los cirios
Volvemos al autobús y vamos camino del “Campo de los pastores”. Allí una iglesia con forma de gran tienda de beduinos. Dentro hay unos frescos relativamente bellos, sobre el anuncio a los pastores.
Comemos en Casa Nova franciscana de Belén e inmediatamente, sin casi tiempo para tomar café, salimos hacia Jerusalén. No se sabe el tiempo que tardaremos en cruzar el “check point” del muro. Las entradas a Israel están muy controladas. Nos paran y sube un soldado con metralleta que recorre todo el autobús mirándonos. Le saludamos: “Shalom” y el nos contesta amablemente. Cuando comprueban que somos un grupo de peregrinos y que no representamos ningún peligro nos dejan el paso franco.
Rumbo a Jerusalén y a Getsemaní, en la ladera sur del Monte de los Olivos, donde allí, en la Basílica llamada “de todas las Naciones” o también Basílica de la Agonía, vamos asistir a los oficios de Jueves Santo: la Cena del Señor. Entramos por la puerta lateral que conduce directamente al Huerto de los Olivos, rodeado de una verja protectora. Vemos los nudosos olivos, algunos dicen que milenarios. ¿Podrán ser los retoños de aquellos que acogieron a Jesús? Entramos en la Basílica. El templo está semioscuro; es grandioso y buscamos sitio donde colocarnos. Está ya casi lleno; aquí nos juntamos todos los grupos de peregrinos de los franciscanos, unas 700 personas. Vemos en el presbiterio la roca de la Agonía, rodeada de un hierro que va entrecruzándose formando una corona de espinas. También en metal hay ramas de olivo y palomitas decorativas en las esquinas. La emoción es de índole especial y, esta noche, en la hora Santa supongo que será más. Nos acercamos a la roca y depositamos un cálido beso; se nos hace un nudo en la garganta, colindante casi con un sollozo. Se nos agolpan en la memoria cientos de imágenes y grabados de Jesús en su agonía. Como siempre la actual Basílica fue construida sobre las ruinas de otras más antiguas. Los franciscanos tienen la propiedad desde el siglo XVII. El arquitecto fue el italiano Antonio Barluzzi. El techo de la Basílica es precioso y está formado por doce –los hemos contado- semiesferas estrelladas.
Comienza la ceremonia eucarística de la Cena del Señor, presidida por el Padre Teodoro López, director del Centro Tierra Santa de Madrid y que sirve de guía también a un grupo. Con él celebran varios sacerdotes, todos guías, incluido D. Jesús, el nuestro. Y suenan esas palabras: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…”
Terminada la ceremonia, nos encaminamos hacia el autobús para ir a cenar al hotel. Después de la cena volveremos a Getsemaní para la hora Santa. D. Jesús nos dice que para la hora Santa acudirá mucha gente, por tanto, debemos darnos prisa en cenar y regresar a la Basílica. Se queda corto en su apreciación. Cuando llegamos a Getsemani, después de la cena, la Basílica está abarrotada; imposible entrar y nos repartimos por los alrededores. Las escaleras de entrada a la Basílica están ocupadas por grupos de jóvenes de distintas procedencias. Hay muchísima gente. Vamos hacia el huerto de los Olivos y allí encontramos un hueco donde poder sentarnos, junto a los Olivos, sólo nos separa de ellos la verja. Los franciscanos han preparado un servicio de megafonía para poder seguir la Hora Santa desde el exterior. Se realiza en varios idiomas, incluido el árabe. Nos damos cuenta de lo que estamos celebrando y dónde lo estamos celebrando. La emoción nos embarga y permanecemos en silencio todo el tiempo. Escuchamos estas palabras en español: “Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: «Pedid que no caigáis en tentación.» Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Al terminar la hora Santa se organiza la procesión de las antorchas que recorre el mismo camino que siguió Jesús, ya detenido, desde Getsemani hasta la casa del Sumo Sacerdote Caifás. Desde el Monte de los Olivos, con la larga procesión de las antorchas cruzando el torrente Cedrón, las murallas de Jerusalén al fondo, y la luna llena como testigo, el espectáculo es espléndido y emocionante. Son vivencias que perdurarán siempre. Con esa imagen volvemos al hotel. Mañana es Viernes Santo.

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