No cansa el camino cuando se camina despacio, cuando se tiene un sueño en el alma y en los labios un cantar
Las entradas van ordenadas por fechas con arreglo los días vividos en Tierra Santa. Se narra la Semana Santa desde el punto de vista de los protagonistas de esta maravillosa vivencia. Esperamos que disfrutéis leyendo como nosotros lo hicimos en su momento.

(Los enlaces que hemos hecho en este blog tienen la única finalidad de la información. Si en algún momento los propietarios desean que se desactive el suyo, no dude en hacérnoslo saber. Vaya por delante nuestro agradecimiento por poder utilizarlos)

viernes, 30 de abril de 2010

Última ojeada y el adiós.













José Antonio (Pepe) ha ido describiendo día a día, con gran maestría (como buen maestro) lo que nuestros ojos han visto, lo que hemos sentido. Nos ha contado retales de historia que nos han ubicado en esos lugares, en el tiempo, y nos han hecho comprender porqué las cosas son cómo son. A mí me ha tocado poner el punto y final y lo hago a mi manera.
Han sido muchas las experiencias vividas en este viaje. Anhelábamos realizar este viaje. José Antonio ya había estado. Nosotros, mi marido y yo, no. Ahora, antes de clicar en el botón de “publicar”, el lunes de 5 abril, sí que he tenido la sensación, con una gran tristeza, del final de viaje. Mientras íbamos publicando, rememorando los distintos rincones en los que hemos estado, renaciendo de nuevo las emociones que hemos sentido, ha sido como mantener vivo este fabuloso viaje.
¿Qué me ha gustado más a mí personalmente? Jerusalén. Sobre esto tal vez no haya unidad de criterio entre los que hemos ido, pero cuento lo que siento. Ha sido tan emocionante la visita al Santo Sepulcro, el olor que allí se respiraba, la luz, la mezcla de gentes de distintas razas y religiones; unas, como simples turistas, movidos por la curiosidad, otras por sus creencias. El momento de la entrada en el Sepulcro… hay que vivirlo. Es verdad que soy de lágrima fácil, pero el momento de la espera y la visión de este Santo Lugar hizo que las lágrimas saltaran.
La ciudad vieja de Jerusalén, sus callejas estrechas, la Vía Dolorosa, las tiendas, los tenderos ofreciéndote más y mejor y aún más barato. Me parece todavía escuchar a Don Jesús cuando íbamos de visita y teníamos que atravesar esas callejas llenas de tiendas, y decía: ¡juventud con los ojos cerrados!, era tanta la oferta de comprar que en cuanto los “abríamos” caíamos en la tentación.
De paseo por la Vía Dolorosa, a la altura de la cuarta estación se produjo un hecho que me embargó de emoción y espero que no suene cursi. Aquí, a las puertas de la iglesia armenia, mientras rezábamos, sonaba la llamada a la oración de la mezquita cercana, y pasaban por delante de nosotros, a escasos dos metros, unos judíos ortodoxos y dos militares altamente armados, como suelen ir aquí. Esta imagen da una idea de qué es Jerusalén, cómo vive Jerusalén, cómo viven aquí los católicos, los judíos y los musulmanes, las gentes de las tres grandes religiones monoteístas.
La procesión del Domingo de Ramos fue otro momento muy emocionante del viaje. Esperamos, orillados hasta casi el final de la procesión, para ver pasar el gentío que iba en ella. Gentes de todas las razas, de todos los países, incluso de aquellos en los que ser cristiano y católico es jugarse la vida. Todos con su palma o ramo de olivo, recorriendo el mismo camino que Jesús recorrió. Había grupos que parecían de scouts, y había otro grupo de adolescentes rodeadas de policía en la marcha de la procesión. No pudimos averiguar porqué. Niños árabes, vendiendo ramitas de olivo y botellines de agua a un euro, claro, aprovechando la ocasión.
Otra visión impactante La Puerta Dorada de Jerusalén, frente al Monte de los Olivos y el Valle de Josafat,  por donde según las profecías entrará el Mesías de Israel en la ciudad. Aunque existen tres problemas: la puerta está tapiada y ante ella hay un cementerio musulmán inmenso y, por si fuera poco, detrás de ella está la Explanada de las Mezquitas, lugar en el que quizá el Mesías no vaya a ser recibido muy cordialmente.
En el Valle de Josafat, sobre las laderas del Monte de los Olivos, cayendo hacia Jerusalén, se puede ver el más antiguo y más grande cementerio judío del mundo. Ello es así porque en esa comunidad es grande el interés de ser enterrado cerca del Valle de Josafat (donde creen que se producirá la resurrección y el juicio final). Un cementerio frente a otro, enormes ambos, dos pueblos separados por creencias y religión y condenados a vivir y a morir juntos.
Viajar por Belén es una experiencia desmitificadora. Pensamos en Belén y nos imaginamos los pueblecitos idílicos de nuestros belenes, con sus casitas árabes encaladas, y la Belén de hoy que es toda una ciudad palestina, con sus grandezas y sus miserias. De estas últimas, vemos muchas: casas semidestruidas, suciedad en las calles... ¿Falta de recursos? ¿Mala gestión de los que tienen? “¿cultura?” Los oasis nos dejan con la boca abierta. Indescriptible y colosal, monumental obra. Y ese muro que rodeará en poco tiempo toda Cisjordania. Sin comentarios.
La tarde del domingo de resurrección quedamos en San Salvador, sede franciscana de la Custodia de Tierra Santa. El padre Artemio Vítores, vicecustodio de Tierra Santa, nos recibe. Don Jesús había dicho que nos haría una preguntitas para ver si habíamos aprovechado el viaje, pero creíamos que era de broma. ¿Broma? Yo le había pedido a mi "amigo" José Antonio (Pepe), que me cambiara el sitio, ya que yo estaba en la parte más externa de la fila, en el pasillo. Después de presentarse y contarnos lo que estaba pasando allí con los franciscanos y alguna anécdota más, comienza la "sesión de evaluación". De pronto lo veo que me mira. Y yo pidiendo al Señor. Poco a poco se acerca hasta donde estoy y yo con el corazón a cien y roja como una graná oigo la pregunta, con el dedo inquisidor apuntándome, no había duda, era a mí, me dice: ¿cuántas puertas tiene el Santo Sepulcro? ¿El Santo Sepulcro? Pues cuatro, respondo. Pues no. Oigo flojito ¡una! Pero ya era demasiado tarde, no puedo enmendar porque otro más listico que yo levanta la mano y dice ¡UNA! Jamás se me olvidará cuántas puertas tiene el Santo Sepulcro.
Los nervios previos al vuelo fueron descomunales sobre todo para mí, claro. Primero los cinco registros que tuvimos que pasar para entrar. Se dice pronto sí, pero fueron interminables los controles. Me miraban el pasaporte y la cara, y otra vez el pasaporte, y la maleta, y el arco y "pitas" al pasar, y te vuelven y te registran y te soban, después de habernos despojado y depositado en bandejas todo lo que pudiera "pitar", pues algo pitaba. La policía preguntó que si alguien sabía inglés y Diego dijo ¡yo¡ amablemente. Le preguntaron de todo. ¡Solo queríamos salir de Israel! Una vez pasados estos controles, menos mal que a nosotros no nos hicieron vaciar la maleta, nos toca recoger la tarjeta de embarque. Mi marido junto con otras dos personas del grupo se encuentran sin tarjeta. ¡No puede ser! Habíamos estado bromeando todo el viaje que si no nos aprendíamos bien todas las explicaciones nos quedábamos a “recuperar”, como en el cole, y cuando vi que Diego se quedaba de verdad, en primer lugar pensé: “yo también tengo lagunas”, pero cuando pasaban los minutos y no entraba en la zona de embarque me descomponía por dentro. Hasta que, a la vez que llamaban para ir entrando en el avión, pasada casi una hora, él aparecía andando hasta nosotros ¡Jesús, qué alivio! Me pareció George Clooney al abordaje.
El grupo, conforme se ha ido conociendo, genial. Hemos disfrutado todos, hemos conocido gente nueva de diversos rincones de España, gente muy agradable. De nuestro grupo ya ni hablo. Ha sido una experiencia maravillosa. Algunos no nos conocíamos y ahora hay una gran amistad. Antonio, genial persona que junto con Isabel forman una pareja inseparable (siempre por las escaleras), con los que tenemos pendiente una gran comida en su tierra.
Las  malagueñas "Juanas". Pocas veces me he reído tanto como en este viaje con ellas. Alegres, dicharacheras, con un chiste siempre en la boca y ante cualquier ocasión, y con mucha conversación. La imagen de Juanita y su palma, ¡Qué día! Yo firmaba por ir con ellas al fin del mundo. También tenemos pendiente visita a Málaga y comida por supuesto. Nos pondremos en contacto.
Los consuegros, que puedo decir de José y Micaela, dos buenas personas, grandes personas. Si, nos conocíamos de antes claro, del trabajo y de las relaciones familiares, pero en la convivencia diaria es donde verdaderamente se conoce a la gente y para mí ha sido una satisfacción haberlos conocido en este otro ambiente. Ese José, todo un conocedor del mundo del toreo, me ha sorprendido gratamente.
Para mis AMIGOS José Antonio (Pepe) y Cati no hay palabras. Nosotros nos conocemos desde pequeños, desde los comienzos del noviaje y son tantas las experiencias y tantos los viajes que hemos hecho juntos que ya sabemos lo que vamos a decir antes de decirlo, con solo mirarnos. Hemos pasado a lo largo de nuestra vida buenos y malos ratos y hemos estado juntos, como una piña. Por eso la palabra AMISTAD con ellos es con mayúscula. Este viaje lo teníamos que hacer juntos, no podía ser de otra manera. Los conocimientos de D. Jesús y los de José Antonio (Pepe) sobre la historia de Tierra Santa superan todos los libros de historia jamás escritos. Para Diego y para mí son como hermanos. Cati es la hermana que no he tenido.
No puedo dar más vueltas. Tengo que cerrar, decir adiós. No os podéis imaginar lo que me cuesta. Mis ojos están húmedos. Va a ser como cuando te cortan el cordón umbilical para dejar que tu hijo eche a volar solo, como cuando lo sacas de tu dormitorio para que duerma solo en el suyo o cuando lo dejas por primera vez en la guardería. Ese adiós, esa despedida que duele, porque ahora sí termina mi viaje, ya va a quedar al capricho de la memoria, de mi memoria.
Jerusalén seguirá allí, su imagen en mis ojos y en mi corazón. Dios quiera que tenga la oportunidad de volver y que entonces la PAZ reine en esa tierra.

miércoles, 28 de abril de 2010

Lunes 5 de Abril de 2010

El domingo, después de la cena, subimos a las habitaciones a preparar las maletas. Es la hora de la despedida de Jerusalén. Hacemos recuento del viaje. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántos momentos inolvidables e irrepetibles! Antes, nos asomamos a la terraza del hotel y vemos, a lo lejos, las murallas de Jerusalén iluminadas.
Nos son ya familiares. Se distinguen las cúpulas de las mezquitas de Omar y El Acsa. También miramos con nostalgia las cúpulas del Calvario y el Santo Sepulcro. La luna, todavía en plenilunio, ilumina la escena como testigo fiel.

Ahora viene el capítulo de souvenirs y regalos que hay que guardar bien en las maletas, a salvo de los golpes que sufrirán. Los recuerdos más delicados irán en el equipaje de mano, en la cabina del avión.
Por la mañana, como siempre muy temprano, desayuno y equipajes al maletero del autobús. Hoy vamos a realizar una visita a Emaús. Allí se van a concentrar todos los grupos de peregrinos franciscanos en una ceremonia pontifical presidida por el Custodio. Después comeremos todos juntos; será una comida campestre. Para ello camareros del hotel cargan en el autobús cajas de pic-nics. Nos despedimos del hotel Ambassador y de su buen café. ¡Hasta la próxima! Y el autobús enfila la carretera hacia Emaús, pero antes D. Jesús nos lleva a visitar la tumba del profeta Samuel, llamada Nebi Samuil. Se encuentra sobre un monte (908 m. sobre el nivel del mar), y a unos 5 km. al norte de Jerusalén. El monte proporciona una buena vista de Jerusalén y controla los caminos que conducen a la ciudad. La gran mezquita con un alto minarete redondo en la cima del monte es claramente visible desde Jerusalén. Las vistas son magníficas, aunque esta mañana hay un poco de neblina. El lugar es reverenciado por judíos y musulmanes, porque la cueva debajo de ella es el lugar tradicional del sepulcro del profeta Samuel. Bajamos a la cueva, donde hay un catafalco con lo que debe ser la tumba.
Hay judíos en oración. Me pongo la kipá de plástico para entrar, con tan mala suerte que cae al suelo y provoca un pequeño ruido que alerta a los judíos.
Me hacen señas de que salga de allí, pero no obedezco hasta que no veo todo bien. Compruebo que quedan restos de comida, bebida y mantas. Por lo visto algunos han pasado la noche allí. Cuando llegó al autobús, Diego, que no ha visto la tumba. me pide que le acompañe y, de nuevo, bajo a la cueva. Los judíos me miran con mala cara, pero no dicen nada.


Marchamos, ahora sí, hacia Emaus. "Y he aquí, que dos de ellos iban el mismo día a un pueblo llamado Emaús, que estaba a ciento sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos". La tradición recogida por los franciscanos coloca en este lugar el recuerdo de la aparición de Jesús Resucitado a los dos discípulos de Emaús, Cleofás y Simeón.
Hay muchos autobuses de todos los grupos y muchos peregrinos. Llega el Custodio en un coche oficial con matrícula diplomática de la Custodia de Tierra Santa. Los franciscanos son los únicos que pueden pasar libremente a Jordania, Siria y los territorios de la Autoridad Nacional Palestina. Es un privilegio ganado con sangre, trabajo y dedicación durante ocho siglos.
En el año 1878 compraron estos terrenos. A los dos años se hicieron excavaciones arqueológicas y se encontraron dos iglesias bizantinas muy antiguas y una iglesia Cruzada que, con el paso del tiempo, habían quedado ocultas. Una de ellas estaba construida sobre la casa de Cleofás.
La Basílica está llena de gente y apenas se puede ver nada. De puro “milagro” hemos conseguido una sillas. Hay muchas cámaras de TV.
Nos encontrábamos allí los grupos de españoles y uno de argentinos, además, unos cuarenta franciscanos, bastantes religiosos y religiosas de otras órdenes y algunos parroquianos de Jerusalén y de los Territorios ocupados. Serán aproximadamente más de 800 los panes bendecidos los que el Custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, distribuirá uno por uno, como manda la tradición, al finalizar la celebración eucarística. Los cantos de la misa están animados por el coro de la Custodia de Tierra Santa, acompañados por algunos coristas alemanes pertenecientes a las dos corales de música gregoriana “Exulta Sion” (la coral femenina) y “Schola Gregoriana” (la coral masculina). Se canta el evangelio en árabe.
Una vez terminada la celebración, mientras los grupos de peregrinos españoles y algunos fieles disfrutamos del almuerzo que habíamos traído, otro grupo numeroso de peregrinos han sido acogidos en el convento para comer. Un grupo de franciscanos, guitarra en mano, continúa con la animación mientras muchos aprovechamos la frescura de la sombra de los árboles del jardín, junto a los restos de una calzada romana.
Salimos de Emaús en dirección al aeropuerto Ben Gurión, en Tel Aviv. Las colas de rigor para examen de equipajes, control de pasaportes y tarjetas de embarque. Hay problemas, y para tres de nuestro grupo, Ludi de Palencia, Delia de Toledo y Diego, no hay tarjeta. Tienen que esperar a que se resuelva el problema. Finalmente se arregla y consiguen su tarjeta de embarque. Hay que hacer las últimas compras. ¡Se nos ha olvidado comprar vino israelí! Solamente llevamos las botellas de vino comprado en Caná de Galilea. Corremos hacia la tienda del aeropuerto más cercana; hay mucha gente comprando y nos ponemos nerviosos porque la hora de embarqué termina a las 16,40 y son las 16,35. Corremos; han embarcado todos ya. Agitados, llegamos al túnel de embarque. Por las cristaleras del túnel vemos que el avión de Iberia, un Airbus 340, lleva el nombre de Bárbara de Braganza. Entramos y nos encontramos un gran revuelo. Todos los asientos están cambiados. Ningún matrimonio viaja junto con su cónyuge en los asientos y todos quieren cambiar. Las azafatas piden tranquilidad y dicen que después se arreglará, pero no se les hace caso y como nos conocemos todos, empiezan los intercambios. Aquello parece un mercado. Son las cinco en punto y la señal de abrocharse los cinturones hace que todos ocupen los asientos. El avión rueda por la pista y los motores de este Airbus 340, cuando son las 17,15, nos levantan por encima de Tel Avik. Vemos los edificios, los hoteles de la playa, el puerto de Jafa… Pero los potentes motores siguen empujando hacia arriba y unas nubes nos envuelven y nos hacen perder nuestra última visión de Tierra Santa.

sábado, 24 de abril de 2010

Domingo 4 de AbrilL de 2010


Hoy es Domingo de Resurrección y teníamos -hace tiempo- la idea de aprovechar la mañana para realizar una visita a Masada, en el desierto del Neguev. D. Jesús no era muy partidario que fuésemos y abandonáramos el grupo durante unas horas, pero estábamos decididos y, aunque al final sólo fuimos seis, cumplimos aquello que teníamos proyectado. Para ello, días antes, a través de Riad, el conductor del autobús, nos pusimos en contacto con un taxista que dispusiera de un coche de siete plazas y que estuviera dispuesto a hacer el servicio. Lógicamente existió el regateo por el precio, pero–lógicamente- llegamos a un acuerdo en el que todos salíamos beneficiados. Así a las 7,30 en punto, estaba un flamante taxi esperándonos a la puerta del hotel. Rumbo de nuevo hacia el Mar Muerto y Masada. Tomamos la carretera hacia Jericó (es la tercera vez que la recorremos). Vamos bajando hasta llegar al cruce. Hacia delante, la carretera continúa hacia Ammán, la capital de Jordania; hacia la izquierda se encuentra Jerícó y el fértil valle del Jordán, y hacia la derecha el Mar Muerto, el Neguev y Masada. Giramos hacia la derecha y avanzamos por esos paisajes lunáticos. Pasamos la intersección hacia Qumrám y la carretera continúa hacia el sur, cada vez más próxima al Mar Muerto, como si fuera a formarse un desfiladero entre éste y la montaña. Masada se encuentra a unos 90 km. al sur de Jeruralén; la carretera es buena, no hay mucho tráfico, aunque si hay controles militares. Los soldados, hombres y mujeres, son jovencísimos, sobre todo las mujeres que parecen niñas, con unas metralletas que tienen más envergadura que ellas mismas. ¡Qué cosas!

No todos los países del mundo pueden presumir de tener una historia tan larga y densa como Israel y en pocos lugares ésta se hace tan palpable como en Masada, la formidable fortaleza en mitad del desierto en la que los últimos rebeldes judíos resistieron a las legiones romanas en un episodio muy similar (y con el mismo trágico final) a la Numancia española.
En una nación formalmente nueva y necesitada de referentes heroicos esa historia, y también la innegable belleza del lugar, han hecho de Masada uno de los referentes turísticos actuales de Israel y, en definitiva, uno de esos sitios que no se debe dejar de visitar en el viaje a Tierra Santa. Masada fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la ONU en el año 2001. Enseguida nos encontramos a los pies de Masada y, probablemente, sentimos parte de la desazón que debió sentir el general romano Lucio Flavio Silva cuando comprobó la dificultad de la tarea que tenía pendiente. No en vano hasta el nombre de Masada viene de la palabra hebrea que significa “fortaleza” y la propia montaña tiene la imponente apariencia de un enorme castillo en el que la muralla es un acantilado de varios cientos de metros de altura.
La subida es tan escarpada y difícil que se optó por una solución un tanto radical para que los turistas pudiesen llegar a la cima, ya que los dos pequeños caminos que serpenteaban ladera arriba eran muy peligrosos, aunque con cuidado, se puede subir por ellos en una hora. Ahora, mucho más seguros e infinitamente más descansados se llega a la cumbre en un espectacular teleférico con grandes y confortables cabinas que ofrecen, además, espectaculares vistas.

Es muy interesante visitar todas las excavaciones que han dejado al descubierto multitud de edificios. El palacio de Herodes el Grande, los antiguos almacenes, los puestos para los vigías, las tiendas.... Es un lugar altamente recomendable visitar por la carga histórica que tiene y lo bien conservado que está.
Masada es también un símbolo de la resistencia judía. Un ejército de más de 10.000 legionarios romanos (la legio X Fretensis), más las tropas auxiliares, tardó casi tres años en tomar la fortaleza en la que aguantaban cerca de 1000 personas. Desde arriba se pueden ver los restos de los asentamientos romanos que rodeaban la colina en la que se encuentra Masada.
Para alcanzar la cumbre tuvieron que construir una rampa de asalto que se elevaba hasta las murallas. Esta rampa se puede ver perfectamente hoy en día. Los judíos por su parte, cuando vieron que la conquista por parte de los romanos estaba cerca, se jugaron a suertes la elección de diez de ellos que se encargarían de matar a toda la población y luego se suicidarían para así convertirse en hombres libres. Cuando los romanos por fin pudieron entrar en la fortaleza, solo encontraron cadáveres. Además habían dejado multitud de víveres.
Antes de que estallara la rebelión judía del año 66 E.C., los romanos habían establecido una guarnición en Masada, un peñasco fortificado cerca del mar Muerto. Aunque Masada estaba en un lugar aislado, Herodes el Grande había construido allí un hermoso palacio invernal. Construyó un sistema de transporte de agua que permitía hasta disfrutar de baños termales. Sin embargo, el punto más importante es que bajo la ocupación romana se almacenó una gran cantidad de armas en aquella fortaleza. Durante el auge de la oposición a los romanos como fuerza de ocupación en Palestina, las armas estuvieron en peligro de caer en manos de revolucionarios judíos. Entre los revolucionarios estaba el grupo de los sicarios o zelotes, un nombre que significa “varones de puñal”,

En 66 E.C., los zelotes capturaron Masada. Con las armas que obtuvieron, marcharon a Jerusalén para apoyar la revuelta contra la gobernación romana. El general romano Tito, hijo del emperador Vespasiano, marchó hacia Jerusalén con cuatro legiones. Esta vez la ciudad entera fue destruida, y Judea fue puesta de nuevo bajo la gobernación férrea de Roma. Toda Judea excepto Masada. Los romanos, resueltos a aplastar esta última resistencia, rodearon la fortaleza con un grueso muro de piedra para que nadie pudiese entrar ni salir, y ocho campamentos con murallas de piedra. Con el tiempo construyeron una rampa de tierra que llegaba hasta la cumbre... ¡una rampa hecha por esclavos judíos! Sobre esta construyeron una torre y colocaron un ariete para abrir brecha en el muro de Masada. ¡Nada podría impedir que con el tiempo el ejército romano irrumpiera en esta última fortaleza judía y la capturara!

Hoy día, las indicaciones claras de las posiciones de los campamentos romanos, el muro del asedio y la enorme rampa dan testimonio de cómo terminó la revuelta judía. En 1965 se terminó una extensa excavación arqueológica en Masada. The New Encyclopædia Britannica (1987) dice lo siguiente en cuanto a los hallazgos: “Se descubrió que las descripciones del historiador romano judío Flavio Josefo, que hasta entonces eran la única fuente detallada de la historia de Masada, eran muy exactas”.
Cuando terminamos la visita, el taxista nos esperaba en la cafetería y nos invitó a pasar por la tienda (todo es negocio). Compramos algunos recuerdos, cogimos unos folletos de documentación que, por cierto, los tenían también en español e iniciamos el regreso. Hacemos un alto en el oasis de Ein Gedi, a 18 km de Masada, donde hay hoteles “spa” y una vegetación exuberante, y continuamos hacia Jerusalén para llegar a la hora de la comida.
En el hotel, los de nuestro grupo, que han estado de visita en Abu Gosh, ya han terminado de comer, pero los camareros nos estaban esperando.
Esta tarde del Domingo de Resurrección es libre, cada cual puede aprovecharla como desee, aunque a las 6 de la tarde tenemos todos una cita en San Salvador, la sede franciscana de la Custodia de Tierra Santa.
Decidimos hacer una última visita a la ciudad vieja, entrando por la Puerta de Damasco, y hasta allí nos dirigimos.
La belleza arquitectónica de la Puerta de Damasco corta el aliento. Es un hormiguero humano y eso que ahora no es su momento más álgido, que lo es por la mañana. La escalera que desciende hacia la Puerta, en zig-zag, es ancha y gastada y es de por sí un espectáculo debido a la multitud que sube y baja por ella sin cesar. En lo alto de la puerta, en la muralla, hay soldados con metralletas, pero eso es normal y estamos acostumbrados a su presencia. Abajo, el trajín humano es incesante. ¿Cuántas razas podrían contarse entre las personas que suben y bajan las escaleras y que entran y salen por la Puerta? Imposible hacer el cálculo, aunque predominan los árabes. Antes de llegar a la puerta hay sentadas unas mujeres raquíticas, enlutadas que venden sus hierbas y frutas. También hay mendigos, con la mano extendida, pero nadie les hace caso. Vemos un joven con un carricoche cargado de corderos desollados que avanza a gran velocidad entrando por la puerta. Hacemos fotografías. Es un desfile sin tregua. Entramos por la Puerta, que hace una doble curva hacia la izquierda y derecha y nos paramos ante un puesto de perfumes. Seguimos avanzando por esta calle principal que ahora se divide en dos. Continuamos por la izquierda que lleva directamente al Muro, aunque no tenemos intención de llegar, sino de ver tiendas y hacer las últimas compras. Antes de las 6 de la tarde nos dirigimos hacia San Salvador. Allí en una especie de salón de actos nos recibe el Padre Artemio Vitores, que es el Vicario de la Custodia. Palentino de pequeña estatura, pero de gran oratoria. También están presentes los guías, entre ellos D. Jesús y el Padre Teodoro López. Nos entregan unos regalos y unos diplomas de la peregrinación a todos y cada uno de los peregrinos.
Regresamos al hotel a cenar. Es nuestra última cena en Tierra Santa y es una cena distendida. Los demás nos preguntan cómo nos ha ido en nuestra visita a Masada. Más de uno se ha quedado con las ganas de venir. También nos dicen que nos hemos puesto muy morenos, y es que el sol, allí en Masada, en lo alto de aquella meseta, caía impenitente.

miércoles, 21 de abril de 2010

Sabado 3 de Abril de 2010

Como todos los días suena el teléfono a las 6 de la mañana. Temprano, muy temprano para el cansancio que ya vamos arrastrando. Desayuno y en marcha a la voz de don Jesús: ¡juventud al autobús!
Son las 7,30 en punto de la mañana, el sol hace ya casi dos horas que asomó por encima del Monte de los Olivos, y partimos ya en autobús desde la puerta del hotel Ambassador hacia Jericó. El conductor, del que no hemos hablado aún, se llama Riad, un joven árabe israelí, algo tímido pero simpático, que no habla ni una palabra de español pero con el que nos entendemos perfectamente. Está a nuestra entera disposición, más allá de sus obligaciones y de su horario de trabajo. Además nos tiene siempre la nevera del autobús llena de botellines frescos de agua que, aunque se la pagamos, él no exige nada y en estos días calurosos, el agua es de agradecer.
Cogemos la carretera que nos llevaría a Ammán, la capital de Jordania, si no fuera porque está cortada. ¿Hasta cuándo estos dos países dejarán al lado sus diferencias? Si saben que su final es entenderse, ya que son vecinos y comparten muchos kilómetros de frontera, que si no estuviese cerrada sería una nueva fuente de riqueza para ambos. En fin, la carretera nos va adentrando en el desierto, aunque todavía queda hierba, y eso es porque ha llovido bastante este invierno. Vemos ya los primeros beduinos, con sus tiendas negruzcas, clavadas con estacas al suelo. Algunos chiquillos van tras las cabras, que buscan la poca hierba que existe.
Vamos bajando y vemos un letrero que dice: “Nivel del mar” y la carretera sigue bajando. De pronto vemos a lo lejos un valle verde y D. Jesús nos informa que es el valle de Jericó. Llegamos a un cruce y giramos a la derecha, dejando a la izquierda Jericó, para visitar primero Qumrán. La carretera continúa hacia el sur, paralela a las primeras escarpaduras del desierto del Neguev, que de hecho comienza en el centro del Mar Muerto, camino de Masada. El paisaje es abrupto, con grietas en la tierra y en las rocas, seguramente debido a las torrenteras que, de vez en cuando, se producen por estos lugares. Hemos bajado bastante, estamos casi al nivel del Mar Muerto que está aproximadamente a 400 metros por debajo del nivel del Mediterráneo. Ya vemos el Mar Muerto y el clásico vaho de la evaporación; en la otra orilla está Jordania, el Monte Nebo, desde donde Moisés contempló la Tierra Prometida, y también, a lo lejos, se ven las montañas de Moab, de donde vino Ruth, la moabita. ¡Cuánto se ha escrito sobre estas tierras!
Después de recorrer unos doce kilómetros llegamos a través de una enorme oasis de palmeras (son tantas que pensamos que será un vivero) a Qumrán, lo que fue el centro de una comunidad habitada por la secta de los esenios. Lo primero que visitamos es un centro de interpretación y contemplamos un video que nos proyectan en una sala con aire acondicionado. Es un documental sobre los esenios. Nos enteramos que esta comunidad se llamaba “Alianza” y la palabra esenio podría significas “miembro” o “partidario” de la secta. Salimos al exterior. El sol empieza a ser abrasador, aunque con tanta sequedad, no se nota tanto. Subimos a una especie de mirador de madera desde el que se puede contemplar una vista panorámica del lugar. A la izquierda, las ruinas de lo que fue el “poblado” de la comunidad, con flechas indicativas y senderos para hacer el recorrido. Frente a nosotros se levanta la pared montañosa donde están las grutas y vemos aquella donde se encontraron los “Rollos”. Nos hacemos las fotografías de rigor. A nuestra espalda, ahora bien visible, se encuentra el Mar Muerto, que impresiona por su quietud. Recorremos los restos arqueológicos y oímos a gente de otro grupo comentar “que no quedan más que cuatro piedras”. Es cuestión de saber mirar y saber lo que se está viendo. Vemos el horno de cocer pan, el refectorio, varias estancias de reunión y, por supuesto, el famoso “Scriptorium” que seguramente también sería biblioteca, donde aparecieron tinteros de bronce y de arcilla. Una de las obsesiones de los esenios era la limpieza. En el “Manual de Disciplina” que fue encontrado casi intacto, dice que tenían que lavarse cinco veces al día. Nos detenemos, de vez en cuando, para contemplar la grandiosidad de la pared montañosa donde están las grutas.
Terminado el recorrido marchamos, ahora sí, hacia Jericó, pero antes vamos a realizar una parada para contemplar el desierto en toda su magnificencia. Llegamos a un lugar donde no se ve a nadie; paramos el autobús y, en lo alto de una colina vemos el perfil de un beduino en camello. Es una bonita estampa. No sé donde estaban ni de donde habrán salido, pero en cuestión de minutos nos vemos rodeados de beduinos que intentan vendernos sus mercancías. ¿Dónde estarían? Son de una amabilidad entrañable y les compramos unos pañuelos, collares y otros souvenirs. El paisaje es de desierto total, aunque no es un desierto estilo Hollywood, con arena y dunas. Parece ser que hay unos veinte mil beduinos en el Neguev, divididos en tribus, al frente de las cuales está un jefe, un sheik. Su régimen de vida durante siglos ha sido patriarcal y de una austeridad a toda prueba. Ha descendido mucho la mortalidad infantil porque acuden y son atendidos en hospitales israelíes. Su riqueza, además de los hijos varones, son el ganado y las tiendas. Algunos también venden chucherías a los turistas y se fotografían con ellos, así se sacan unos dólares o euros.
Llegamos a Jericó que aparece lujuriosa de vegetación, con palmeras, bananeros, almendros, limoneros y caña de azúcar. Ahora comprendo por qué en la Biblia se hable del Valle de las Palmeras; que Marco Antonio regalara esta comarca a Cleopatra, y que Herodes el Grande se construyese aquí un palacio de invierno. Vemos a lo lejos un monasterio en la pared de la montaña, es el Monte de la Tentación o Monte de la Cuarentena, donde Satanás tentó a Jesús ofreciéndole todos los reinos de la Tierra: “Al Señor Dios adorarás y a Él sólo darás culto”. Pasamos por la calle principal y paramos delante de un árbol grande; es un sicomoro, donde se subió Zaqueo para ver pasar a Jesús: “Zaqueo baja porque esta noche voy a hospedarme en tu casa”. Nos acercamos a un Tell, una colina de ruinas donde estaba la Jericó bíblica. Desde aquí nos acercamos a visitar la Fuente de Eliseo y rápidamente nos refugiamos en el restaurante para comer.
Después de la comida, D. Jesús propone subir al monasterio del Monte de la Tentación (hay teleférico), pero son pocos lo que se apuntan porque todos estamos deseando llegar al Mar Muerto para darnos un baño en esas aguas. Y para allá nos vamos.
Llegamos a una especie de camping, muy grande, y que –será porque es fin de semana- está abarrotado de gente, sobre todo jóvenes. Hay vestuarios, restaurantes, tiendas…y duchas al aire libre para quitarse los barros. Comprobamos que tienen mucha presión. Nos ponemos el bañador y al agua. Todos nos bañamos y comprobamos como se flota en este mar. Apenas se puede nadar y el agua tiene un aspecto aceitoso; el fondo es de lodo, el famoso barro tan bueno para la piel. Todos nos embadurnamos de barro y nos reímos mientras nos hacemos fotografías. Hay que estar diez minutos con el barro puesto y después otro baño. Después a las duchas, a tomarnos algo fresco y a relajarnos durante un rato. Hacemos compras: cremas, sales, barros, piedras preciosas…
Regresamos a Jerusalén completamente relajados. Más de uno se duerme en el autobús. Estamos en el hotel y subimos a las habitaciones a descansar hasta la hora de la cena y prepararnos para la gran Vigilia Pascual.
Hemos salido del hotel rumbo a Getsemani, donde vamos a asistir al tercer día del Triduo Pascual. Es la noche más importante del año para los cristianos. Todos nos hemos vestido con nuestras mejores galas porque la ocasión lo merece. Las puertas de la Basílica están abiertas de par en par y se palpa un ambiente de fiesta: “Esta es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno regresa victorioso”. El fuego está encendido en la puerta de la Basílica, pero no se reparten velitas para expresar la luz de Cristo porque el suelo de mosaico sufriría con la cera. A cambio utilizaremos los flashes de las máquinas. La celebración la preside también el padre Teodoro López. Al final todos alegres nos felicitamos las Pascuas. Es un momento de júbilo. Es un momento maravilloso, aquí en Jerusalén. Serán recuerdos imborrables para toda una vida. Además, y para colmo en esta noche, D. Jesús consigue que el padre franciscano encargado del Huerto de los Olivos nos abra la verja y podamos entrar. ¡Qué momento! Tocamos los olivos, algunos milenarios; hay quien coge un puñado de tierra y lo guarda, yo no puedo vencer la tentación y corto una ramita de un olivo. Nos hacemos fotografías con los olivos.
Regresamos ya tarde al hotel y mañana no iremos con el grupo. Por nuestra cuenta haremos una excursión a Masada.

lunes, 19 de abril de 2010

Viernes 2 de abril de 2010

Hoy es Viernes Santo. Hemos cambiado el orden del día. Primero iremos a Ain Karem, el lugar del nacimiento del Bautista. Ain Karem significa “Manantial de la Viña”, nombre que ahora resulta raro porque escasean los viñedos y abundan los cipreses, los olivos, los rosales, etc. El lugar, a pesar de eso, es bucólico, agradable a la vista, tranquilo, lejos del bullicio de Jerusalén. Subimos una empinada cuesta de más de doscientos metros y llegamos al santuario de la Visitación. La vista desde el santuario es magnífica. A lo lejos se divisa Ramala, donde está la Mukata, sede del gobierno de la Autoridad Nacional Palestina. El santuario se levanta en el lugar del encuentro de María e Isabel: “Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…”
En las paredes del patio y claustro hay grandes mosaicos policromados del Magnificat en muchos idiomas: contamos más de cuarenta: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada…” En la iglesia hay pinturas alegóricas al encuentro y muy cerca de allí se encuentra el pozo, donde se dice tuvo lugar el encuentro. Bajamos a la iglesia del Precursor. Hay grandes pinturas de Murillo, Ribera, Ribalta… Descendemos a la gruta donde está el altar y la estrella que indica donde nació Juan el Bautista.

Regresamos a Jerusalén, que está a solo 12 km. y vamos directamente a visitar el Museo del Libro. Es de estilo moderno y tiene la forma exacta que la jarra de Qumram, donde se hallaron los manuscritos que el joven pastor descubrió. En las vitrinas se exponen pedazos de rollos auténticos y otros que son simples facsímiles; el rollo completo de Isaías, unas cartas de Bar Kobja (dirigente de la segunda revuelta judía), etc.
A continuación vemos una maqueta de Jerusalén de la época de Jesús, verdaderamente esplendida, realizada a escala 1:50. Se aprecia perfectamente la configuración de la ciudad en el siglo I, con el Calvario fuera de las murallas y el Templo en todo su esplendor. Nos gustó mucho.
Desde allí, muy cerca, en un parque frente a la Keneset (el parlamento israelí), se encuentra una Menorá de gran tamaño regalada por la Gran Bretaña a Israel. La Menorá es un candelabro de siete brazos, uno de los elementos rituales del judaísmo y uno de los símbolos oficiales del Estado de Israel, apareciendo en su escudo.
Hace mucho calor y regresamos al hotel para el almuerzo y descansar un rato en la terraza del hotel saboreando un buen café illy. El hotel Ambassador está situado sobre el Monte Scopus, uno de los montes que rodeaban a la antigua Jerusalén de la época de Cristo. En ese mismo lugar, el emperador Tito estableció su cuartel general en la guerra contra los judíos del año 70. La terraza del hotel, llena de mesas, con abundancia de palmeras tiene unas bonitas vistas sobre la ciudad. Se ve, a lo lejos y a la derecha, el Santo Sepulcro, y a la izquierda el Monte de los Olivos. Hacia dicho monte nos dirigimos ahora. El autobús nos lleva hasta la cumbre. Allí nos encontramos una construcción de forma octogonal. Es el lugar de la Ascensión del Señor. La primera iglesia fue construida a finales del siglo IV, y su actual forma se remonta a la restauración de los cruzados. Hoy los guardianes del lugar son los musulmanes. Asimismo, hay una pequeña mezquita y un minarete a la entrada al recinto. Acuden muchos peregrinos. Dentro no hay nada, sólo una piedra que dicen fue donde se apoyó Cristo antes de ascender al cielo. Hay peregrinos etíopes, sobre todo mujeres que rodean la piedra y la besan continuamente. Apenas nos permiten verla.
Iniciamos el descenso del Monte de los Olivos.

Aprieta el calor y los niños árabes nos ofrecen botellines de agua a un euro. Las mejores fotos sobre la ciudad de Jerusalén se hacen desde aquí. Por eso, todos echamos mano a las máquinas de fotos y disparamos incansablemente. Llegamos a la altura de la Capilla del Dominus Flevit. (El Señor lloró): “Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: -¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” Esta capilla fue diseñada también por Antonio Barluzzi, que la diseñó como un edificio en forma de lágrima, construido en forma de cruz griega. Una ventana ubicada detrás del altar en la pared occidental enmarca una preciosa vista de la Ciudad Vieja.
A continuación visitamos la iglesia del Pater Noster, que está al cuidado de monjas carmelitas. No puede afirmarse que fuera precisamente aquí donde Jesús enseñara el Padrenuestro; lo que sí parece cierto es que este lugar lo utilizaba Jesús para descansar y hablar con sus discípulos, cuando iba y venía a Betania. Actualmente puede rezarse aquí el Padrenuestro en más de cien idiomas que están escritos en mosaicos en las paredes. Está en arameo, el idioma hablado por Jesús. Pero también está en idiomas exóticos como el ilongo, el ojibway, el pampamgo…A la salida una monjita nos ofrece souvenirs, folletos, rosarios y demás cosas, entre las que veo la oración completa en forma de postal, en cada idioma.
Nuevamente nos hemos despistado del resto del grupo. ¡Hay tantos peregrinos! Seguimos bajando la pronunciada cuesta del Monte de los Olivos pensando que el grupo va delante. Efectivamente, lo alcanzamos a la altura del monasterio ruso-ortodoxo de Santa María Magdalena, el que tiene las cúpulas en forma de cebollas. A la izquierda, bajando la cuesta de este Monte de los Olivos hay un gran cementerio judío: el cementerio del valle de Josafat. Es el lugar de enterramiento más caro de todo Israel, pues según la Torá aquí tendrá lugar la resurrección de los muertos y el juicio final.
Llegamos a Getsemani y nos acercamos a visitar la gruta. Getsemani era una almazara, eso es lo que significa el nombre. Seguramente, Jesús y/o sus discípulos conocían al dueño de la finca y por ese motivo era su lugar de descanso e incluso de pernocta algunas veces. Había una gruta donde dormían, junto al huerto con olivos. Vemos que la gruta no es muy grande y dentro hay un grupo de japoneses rezando. Guardamos silencio y, después de observar los grabados realizados en techo y paredes de roca, nos acercamos a la Tumba de la Virgen que está muy cerca. Hay que bajar unas escaleras pues la iglesia se encuentra bastante más baja que el nivel del suelo, por lo que no es raro que cuando suceden grandes tormentas y el torrente Cedrón viene con mucha agua, la iglesia se inunde. Vemos las marcas de hasta donde llegó el agua en unas inundaciones de los años 70. La iglesia está muy oscura y tiene todas las características de las ortodoxas rusas: muchas velas encendidas, muchas lámparas colgadas del techo y los popes vigilantes. La tumba propiamente esta cubierta por un cristal. Sólo está la piedra, pues la Virgen fue llevada en cuerpo y alma al Cielo. Los peregrinos arrojan entre los cristales papelitos escritos con oraciones y también billetes.
Llegamos a la Basílica de Getsemani para asistir a los oficios de Viernes Santo. La Basílica está llena de peregrinos; todos los grupos de los franciscanos nos damos cita aquí en este lugar. Hoy adoraremos a la Cruz.
Regresamos al hotel a cenar y D. Jesús propone salir después de la cena a pasear por la ciudad vieja. La propuesta es libre, unos quedan en el hotel y otros después de cenar salimos en esta noche de Viernes Santo en Jerusalén. Vamos hacia la ciudad vieja, pero antes giramos hacia la derecha y nos metemos –como intrusos- en el barrio de Mea Shearim, el barrio de los ultraortodoxos judíos, que al ser sabbat y además es la Pesaj (la Pascua) está cerrado al tráfico. Entrar en este barrio es como entrar en la Europa rusa y polaca del siglo XVI, porque Mea Shearim es eso: el mundo formado por los primeros inmigrantes de la Europa oriental. Observamos a los transeúntes; la facha de la mayoría es insólita. Son judíos de ghetto, con sus barbas salomónicas, sus levitones negros, sus sombreros y su kaftan en la cabeza; algunos con los ricitos que les cuelgan a ambos lados de la cara. Los hombres casados con barba, los solteros sin ella. Las mujeres que han dado a luz, se afeitan la cabeza y la cubren con un gorro. Y después de la menstruación deben purificarse hasta siete veces, y en el acto conyugal sólo pueden buscar la procreación, no el placer Todas las familias tienen muchos hijos. Nos cuenta D. Jesús que viven al margen del Estado; no pagan impuestos ni forman parte del ejército. Sólo rezar y estudiar la Torá. Vemos que las fachadas y balcones son raros, son asimétricos, todo parece a medio hacer. Y eso es porque nada ha de ser perfecto hasta la llegada del Mesías. A uno del grupo se le ocurre decir qué pasaría si ahora en este barrio soltásemos un cerdito. Todos reímos de buena gana por la ocurrencia.
Salimos del barrio y llegamos a la ciudad vieja por la Puerta de Jafa. Vamos derechos a la Basílica del Santo Sepulcro.

Allí se celebra esta noche de Viernes Santo un acto que no debemos perdernos. Se trata del “desclavamiento de Cristo”. Tanto la plaza como la Basílica están a tope de gente. Va a ser muy difícil encontrar un hueco. Luchando entre la gente conseguimos entrar en la Basílica, justo en el instante que cierran las puertas de la misma. Me pongo de puntillas intentando ver algo, pero el gentío es inmenso. Esto me parece muy peligroso. Veo las cabezas de los franciscanos que bajan con un Cristo desde el Calvario. Un Cristo que han desclavado y que ahora lo llevan hasta la piedra de la Unción. Me subo a la base de una columna y desde allí veo como depositan al Cristo en la piedra y lo ungen con especias aromáticas contenidas en unos frascos de plata con forma de piña. Luego recogen al Cristo y lo llevan hasta el edículo del Santo Sepulcro, aunque eso queda fuera del alcance de mi vista. Apenas se han llevado al Cristo de la piedra de la Unción, los peregrinos se arrojan sobre la misma para tocarla, besarla…. Es un espectáculo de fanatismo. El momento es terrible y peligroso cuando cientos de peregrinos queremos salir al mismo tiempo. Los pies no tocan el suelo, es la multitud la que nos lleva y creo que, nos puedemos ver en apuros. No tengo más remedio que abrir los codos y hacerme un sitio para poder salir. Es un momento difícil pero al final lo consigo, junto con algunos amigos que me siguen. Hemos salido sanos y salvos, por poco. La plaza esta llena de gente y decidimos adelantarnos al resto del grupo y llegar hasta el Muro de las Lamentaciones. Sin embargo, nos perdemos por las callejuelas de Jerusalén y nos cuesta dar con la calle adecuada que nos lleve hasta el Muro. Por fin lo conseguimos. En el Muro, cosa rara, hay pocos judíos orando. Son las once de la noche y esa hora es muy tarde aquí en Israel. Nos sentamos en las sillas dispuestas que allí se encuentran, pues la noche es muy agradable y esperamos a los compañeros del grupo. Al final, rendidos de cansancio, regresamos al hotel.

domingo, 18 de abril de 2010

Jueves 1 de abril de 2010

Hoy es 1 de abril, Jueves Santo. Desayunamos adecuadamente y salimos hacia el Sión cristiano. En el sudoeste de la colina occidental de Jerusalén se encuentra el Santo Cenáculo, es decir, el lugar de la institución de la Eucaristía, la aparición de Cristo resucitado y la venida del Espíritu Santo. La sala superior de la casa, que un discípulo puso a disposición del Maestro para la celebración de la última Pascua, llegará a ser después de la Pasión refugio y lugar de reunión de los discípulos.
Llegamos a través de la Puerta de Sión. Esta puerta resultó gravemente dañada en 1949 cuando el Palmáj la hizo explotar para lograr acceso a la sitiada comunidad judía en la ciudad antigua. La puerta fue parcialmente reparada después de la Guerra de los Seis Días. Algunas de las cicatrices de la batalla se han mantenido deliberadamente para registrar la historia de la ciudad.
En la plazoleta anterior al Cenáculo han colocado una gran estatua en bronce del rey David tocando la lira. Esperamos un poco porque aún no han abierto e inmediatamente accedemos por una escalera hasta un piso. El edificio del Cenáculo es una estructura pequeña de dos pisos. El piso superior fue construido por los franciscanos en el siglo XIV para conmemorar el lugar de la Ultima Cena. Pronto, la Sala se va llenando de peregrinos y todos hablamos al mismo tiempo por lo que es muy difícil el recogimiento y hacer alguna oración. No obstante, leemos una parte del Evangelio: “…He deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer…” Las cámaras de fotos no paran de disparar y siguen entrando más peregrinos. Las aristas de la cúpula del cielo raso son típicas del gótico chipriota. Vemos el mihrab, el nicho de oraciones musulmán, que fue agregado más tarde, cuando los franciscanos fueron expulsados del edificio y el recinto fue convertido en mezquita. Salimos y bajamos a la habitación del piso inferior, justo debajo del Cenáculo, que contiene un cenotafio desde el siglo XII. conocido como "la tumba del rey David”. Es un lugar de oración para los judíos. Podemos entrar los hombres, lógicamente colocándonos la kipá. Es una sala pequeña, y varios judíos rezan y cantan salmos delante del cenotafio. Debajo del nivel del piso actual hay cimientos cruzados, bizantinos y romanos.



Salimos a la calle y nos dirigimos entre una muchedumbre de peregrinos hacia la iglesia de la Dormición de la Virgen. Esta iglesia fue construida entre los años 1901 y 1910 por los Padres Benedictinos, y es también conocida como la Abadía de la Dormición, Construida en estilo románico sobre otra iglesia antigua que fue destruida por los persas. Entramos y bajamos a la cripta donde en el centro de una rotonda hay una imagen de la Virgen dormida.
Abandonamos la iglesia y nos dirigimos al barrio judío. Es uno de los cuatro barrios en que está dividida la ciudad vieja: musulmán, cristiano, armenio y judío. Fue destruido prácticamente en su totalidad durante la ocupación jordana (1948 - 1967) y ahora ha sido reconstruido. Pasamos por el Cardo máximo que está por debajo del nivel de la carretera. El Cardo era la calle principal de la ciudad romana, marcando la dirección norte-sur; era una amplia calle con columnas, flanqueada por pórticos con tiendas: la parte actualmente visible, con columnas y capiteles corintios, corresponde más o menos a la mitad de la anchura original. Más adelante la calle sigue, por debajo de las construcciones modernas. Aquí las tiendas tienen otro aspecto, mas pulcro y más occidental, muy distinto al del barrio musulmán. Nos entretenemos haciendo unas fotos y compras y nos despistamos del grupo. Continuamos solos hacia la Puerta de Jafa, lugar donde les alcanzamos. Aquí nos encontramos con una especie de desfile-procesión con los franciscanos, el Custodio y el Patriarca Latino que vienen del Cenáculo. Llevan una cruz. En ese momento se produce un pequeño incidente. Me doy cuenta que la policía judía está deteniendo a los judíos ultraortodoxos, para que no se acerquen a la procesión franciscana. No obstante, dos de ellos eluden a la policía, penetran en la procesión e intentan “escupir” a la Cruz. No llego a ver si lo consiguen. La policía los aparta. Todo ha sido muy rápido y la mayoría de los del grupo no se han dado cuenta.
Subimos al autobús y marchamos hacia Belén. Vemos el muro, muy grande, muy alto. Pasamos a territorio palestino; a lo lejos se ve Belén. Siempre habíamos imaginado Belén como una pequeña aldea, y no es así. Se ve una población grande, que se va extendiendo y por suerte no se divisa ningún edificio alto. Todas las fachadas en blanco y la tierra no es que sea árida, pero tampoco hay una exuberante vegetación. El tráfico en Belén es intenso y caótico; el autobús sube unas calles en zig-zag, entre tiendas, cafés y una parada de taxis. Muchos anuncios en vallas y tapias, sobre todo de tabaco y de “coca-cola”. Llegamos a la plaza de la Natividad. La Basílica parece una fortaleza. Llama la atención la puerta de entrada, la única que hay. Es una puerta diminuta, como de miniatura, tan baja que para cruzarla hay que agachar mucho la cabeza. Parece ser que en la época otomana, los caballos y los camellos entraban por las buenas y hubo que achicar la puerta, y así continúa. Parece ser que la Basílica es la iglesia “existente” más antigua de la cristiandad. Se libró de la destrucción persa, al ver éstos unos grabados que representaban a los magos de Oriente, de origen persa.

Hay también muchos grupos, de todas las etnias. En la nave principal de la Basílica cuelgan muchas lámparas, según el rito oriental. Se forma una cola enorme para poder bajar a la gruta. Los monjes griegos controlan. Los vemos poco aseados, aunque puede ser una falsa percepción. Mientras estamos en la cola vemos que hay cinco naves con columnas de pórfido. El techo es de madera, aunque dicen que antes era de plomo, pero los turcos pensaron que el plomo estaría mejor convertido en balas para fusil. Vemos a unos peregrinos que meten sus dedos en unas hendiduras de una columna y apoyan la frente en la misma. Preguntamos y contestan que es una tradición y que se pide un deseo. También lo hacemos. Bajamos los escalones muy concurridos de gente y llegamos ante el altar, debajo del cual está la estrella de plata: “Hic de Virgine Maria Jesus Christus natus est”. Ese adverbio, HIC, Aquí, es único e irrepetible, no puede ser en ningún otro lugar de la tierra. Me arrodillo para besar la estrella y todos los papeles que llevo en el bolsillo de la camisa caen sobre la misma, incluidas las tarjetas de crédito y el pasaporte. El monje me indica que aligere y le hago un gesto que comprende. Por cierto, he leído que la estrella es un regalo de España, hecha con la plata traída de América en el siglo XVI.
Hacemos fotos a los demás miembros del grupo, conforme van besando la estrella y a continuación pasamos a la capilla del pesebre. Sólo Lucas menciona el “pesebre”. De modo, que lo del establo, la mula, el buey… es tradición de los apócrifos.
Salimos de la Basílica y nos encontramos en el claustro de San Jerónimo, contiguo a la Basílica. El santo se dedicó aquí en Belén a traducir los libros de la Biblia a un idioma occidental, la famosa “Vulgata”. En el centro del jardín hay una estatua del santo con una calavera a sus pies y alrededor unas cuantas palmeras exuberantes.
Marchamos por las calles hasta la cercana “Gruta de la leche”. Pasamos por el barrio que hay detrás de la Basílica, donde trabajan los artesanos en la elaboración de los “souvenirs” de Belén. Vemos como tallan una cruz, un San José, camellos, etc. En los patios, de los artesanos hay amontonada mucha madera de olivo. Los chiquillos palestinos nos acosan sin piedad y nos venden de todo, desde agua a un dólar, hasta collares, postales, etc. Llegamos a la Gruta de la leche, en la que según la tradición se refugió la Sagrada Familia huyendo de Herodes. Graciosa tradición pues mientras María amamantaba al Niño, una gota de leche cayó al suelo de la gruta, cuyas rocas se convirtieron de color blanco y adquirieron propiedades curativas. Un cuadro al óleo representa a María amamantando al Niño. Hay muchas lámparas y candelabros y un techo ahumado por los cirios
Volvemos al autobús y vamos camino del “Campo de los pastores”. Allí una iglesia con forma de gran tienda de beduinos. Dentro hay unos frescos relativamente bellos, sobre el anuncio a los pastores.
Comemos en Casa Nova franciscana de Belén e inmediatamente, sin casi tiempo para tomar café, salimos hacia Jerusalén. No se sabe el tiempo que tardaremos en cruzar el “check point” del muro. Las entradas a Israel están muy controladas. Nos paran y sube un soldado con metralleta que recorre todo el autobús mirándonos. Le saludamos: “Shalom” y el nos contesta amablemente. Cuando comprueban que somos un grupo de peregrinos y que no representamos ningún peligro nos dejan el paso franco.
Rumbo a Jerusalén y a Getsemaní, en la ladera sur del Monte de los Olivos, donde allí, en la Basílica llamada “de todas las Naciones” o también Basílica de la Agonía, vamos asistir a los oficios de Jueves Santo: la Cena del Señor. Entramos por la puerta lateral que conduce directamente al Huerto de los Olivos, rodeado de una verja protectora. Vemos los nudosos olivos, algunos dicen que milenarios. ¿Podrán ser los retoños de aquellos que acogieron a Jesús? Entramos en la Basílica. El templo está semioscuro; es grandioso y buscamos sitio donde colocarnos. Está ya casi lleno; aquí nos juntamos todos los grupos de peregrinos de los franciscanos, unas 700 personas. Vemos en el presbiterio la roca de la Agonía, rodeada de un hierro que va entrecruzándose formando una corona de espinas. También en metal hay ramas de olivo y palomitas decorativas en las esquinas. La emoción es de índole especial y, esta noche, en la hora Santa supongo que será más. Nos acercamos a la roca y depositamos un cálido beso; se nos hace un nudo en la garganta, colindante casi con un sollozo. Se nos agolpan en la memoria cientos de imágenes y grabados de Jesús en su agonía. Como siempre la actual Basílica fue construida sobre las ruinas de otras más antiguas. Los franciscanos tienen la propiedad desde el siglo XVII. El arquitecto fue el italiano Antonio Barluzzi. El techo de la Basílica es precioso y está formado por doce –los hemos contado- semiesferas estrelladas.
Comienza la ceremonia eucarística de la Cena del Señor, presidida por el Padre Teodoro López, director del Centro Tierra Santa de Madrid y que sirve de guía también a un grupo. Con él celebran varios sacerdotes, todos guías, incluido D. Jesús, el nuestro. Y suenan esas palabras: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…”
Terminada la ceremonia, nos encaminamos hacia el autobús para ir a cenar al hotel. Después de la cena volveremos a Getsemaní para la hora Santa. D. Jesús nos dice que para la hora Santa acudirá mucha gente, por tanto, debemos darnos prisa en cenar y regresar a la Basílica. Se queda corto en su apreciación. Cuando llegamos a Getsemani, después de la cena, la Basílica está abarrotada; imposible entrar y nos repartimos por los alrededores. Las escaleras de entrada a la Basílica están ocupadas por grupos de jóvenes de distintas procedencias. Hay muchísima gente. Vamos hacia el huerto de los Olivos y allí encontramos un hueco donde poder sentarnos, junto a los Olivos, sólo nos separa de ellos la verja. Los franciscanos han preparado un servicio de megafonía para poder seguir la Hora Santa desde el exterior. Se realiza en varios idiomas, incluido el árabe. Nos damos cuenta de lo que estamos celebrando y dónde lo estamos celebrando. La emoción nos embarga y permanecemos en silencio todo el tiempo. Escuchamos estas palabras en español: “Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: «Pedid que no caigáis en tentación.» Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Al terminar la hora Santa se organiza la procesión de las antorchas que recorre el mismo camino que siguió Jesús, ya detenido, desde Getsemani hasta la casa del Sumo Sacerdote Caifás. Desde el Monte de los Olivos, con la larga procesión de las antorchas cruzando el torrente Cedrón, las murallas de Jerusalén al fondo, y la luna llena como testigo, el espectáculo es espléndido y emocionante. Son vivencias que perdurarán siempre. Con esa imagen volvemos al hotel. Mañana es Viernes Santo.

miércoles, 14 de abril de 2010

Miércoles 31 de Marzo de 2010

Dejamos Nazaret muy temprano. Hoy, Miércoles Santo, es el momento de volver a Jerusalén. Llegamos a Galilea por el valle del Jordán y ahora regresamos a Jerusalén por la costa, para visitar Cesarea marítima y el puerto de Jope o Jafa

Herodes llamó Cesarea a esa ciudad en homenaje al emperador César Augusto. Para Herodes, Cesarea era una ventana al mundo grecorromano que él amaba. Era una ciudad gentil con un pequeño barrio judío. Fue el primer puerto de la costa judía y disponía de todas las comodidades modernas: teatro, anfiteatro, estadio y baños públicos. El palacio de Herodes, que luego sirvió de residencia a los gobernadores romanos, era de mármol blanco importado. La ciudad también disponía de un elaborado sistema de conducción de aguas. Herodes construyo un acueducto doble para traer agua a la ciudad desde las colinas del nordeste. Hoy día quedan los restos del acueducto; el antiguo puerto está bajo las aguas y la parte oriental del puerto y la ciudad se han llenado de arena. Nos hacemos unas fotos con el acueducto de fondo y continuamos camino hacia Jafa.

Cruzamos Tel Avik por la avenida de la playa. El tiempo es magnífico y abunda la gente en la arena, tomando el sol, jugando y bañándose. Hay muchos hoteles con nombres famosos. Y, enseguida, llegamos a Jafa. Según el mito griego, Andrómeda fue atada a la roca de Jafa, donde nació la ciudad, para ser devorada por el monstruo marino. La belleza del lugar ha favorecido el nacimiento de los mitos de Eolo y de Jafet. En el libro de Jonás se lee que el profeta se embarcó en Jafa para huir de la voluntad de Dios que lo quería enviar a Nínive (Jonás 1,3).

Cruzamos por la plaza del reloj que se divisa desde lejos y continuamos hacia el puerto. El puerto de Jafa es el más antiguo de “esta tierra”. Fue el puerto de Jerusalén y por aquí llegaban los peregrinos a Tierra Santa, desembarcaban y besaban el suelo. Al puerto le quitó antaño importancia Cesarea, y ahora Haifa.

Vamos camino de la iglesia de San Pedro. Tiene esta iglesia los techos muy altos y en el retablo se ve una enorme pintura representado a San Pedro que, de rodillas, y en éxtasis, mira una especie de sábana que baja del cielo, rodeada de aves y reptiles. Es lo que le ocurrió a San Pedro aquí, en Jafa, y lo recogen los Hechos de los Apóstoles. D. Jesús nos hace detenernos para contemplar el púlpito de madera: la base es el tronco de un árbol y las ramas y las hojas trepan por él. Comienza la Santa Misa y en la comunión irrumpe un grupo de egipcios coptos que deambulan por la iglesia disparando sus cámaras de fotos, sin miramientos ni respeto. Algunos no lo dudamos y les llamamos la atención.

Aquí, en Jafa, también tuvo lugar la resurrección de una mujer llamada Tabita. También ocurrió la conversión del centurión Cornelio, que vivía en Cesarea.

Salimos de la iglesia y damos una vuelta por las callejuelas de piedra del puerto y pasamos por la casa de Simón el curtidor, donde se alojó Pedro.

En el puerto hay puestos de souvenirs. Todos nos detenemos para comprar y hacer fotos.

Es la hora de partir hacia Jerusalén donde ya comeremos en el hotel Ambassador, nuestro alojamiento. Por la carretera vemos a grupos de soldados haciendo autostop. Los letreros de la carretera, como todos en Israel, están escritos en hebreo, en inglés y en otro idioma que parece lombrices. Se ven pueblos, la mayoría árabes, todos con depósitos de agua de color negro en la terraza y, como no, con su antena parabólica. Cruzamos un pueblo y se ven niños jugando y mujeres muy tapadas. Vemos también aspersores regando los campos. ¡Qué bien cuidados se ven los kibutzs! Tractores, vacas, gallinas…y aspersores.

Empezamos a subir. Jerusalén esta casi a 800 metros sobre el nivel del mar, motivo por lo cual los textos bíblicos siempre dicen eso de “subir a Jerusalén”.

Ya los letreros dicen: Jerusalén. Todo está muy cerca; en algún lugar he leído que en Israel “hay demasiada historia para tan poca geografía”. Nuestra primera visión es el Monte de los Olivos, allá a lo lejos, con las torres en forma de cebolla del Santuario ruso-ortodoxo de Santa María Magdalena. Llegamos al hotel, reparto de habitaciones, subida de maletas y, rápidamente, al comedor a reponer fuerzas.

Tomamos café, un excelente café illy, en la terraza del hotel y esperamos para salir hacia la Jerusalén intramuros, la ciudad vieja. El autobús nos deja muy cerca de la Puerta de San Esteban o de Los Leones. Cruzamos la muralla por dicha puerta y nos encontramos que el barrio está más tranquilo de lo que esperábamos. Las calles son estrechas, sin aceras. Unos cuantos chiquillos árabes están jugando en una esquina y comen “chuches”. Llegamos a la iglesia de Santa Ana; una puerta abierta de par en par da paso a un jardín con palmeras, al final del cual está la piscina probática donde se oyeron aquellas palabras de: “Levántate, coge tu camilla y anda”. D. Jesús nos explica sobre los restos de la piscina y de lo probable que aquí se levantara un santuario dedicado a Esculapio, el dios griego de la medicina. También nos informa que, según la tradición, en el lugar de la iglesia de Santa Ana, es posible que vivieran los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, e incluso que aquí naciera la madre de Jesús. La iglesia es regentada por los “padres blancos” franceses y es de las mejores conservadas de las levantadas por los cruzados.

Salimos a la calle y ahora hay más niños jugando; marchamos hacia el convento de las Damas de Sión, dispuestos a visitar el Litóstrotos, pero lo encontramos cerrado. Mientras contemplamos el arco del Ecce Homo, D. Jesús consigue que nos abran el convento. Nos dirigimos a la cripta donde el procurador romano Poncio Pilato le formularía al “galileo” aquella pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Vemos la bóvedas, las columnas y, como no, el pavimento donde en una baldosa se aprecia un dibujo que los soldados romanos hacían para jugar durante las guardias.

Volvemos a la calle, estamos en la “Vía Dolorosa” así lo indica un cartel. La Vía Dolorosa en su primer tramo, cerca del convento de la Flagelación y del colegio árabe El Omarieh, en cuyo patio se sitúa el comienzo del Vía Crucis. Vemos más turistas con sus banderolas y gorras de colores, los tenderos sentados a la puerta de sus tiendas. Ahí está la primera estación: Jesús es condenado a muerte. Cada uno de los del grupo vamos leyendo las estaciones a lo largo de la Vía Dolorosa. Cerca de la tercera estación hay un empedrado en el suelo de la calle que dicen es del siglo I. En esa Estación que conmemora la “primera caída” hay una iglesia propiedad de los armenios católicos. Estamos ahora en un recodo que hace la calle, donde se encuentra la “Séptima Estación” la de Simón Cirineo. En la pared hay una piedra marrón donde todo el mundo pone la mano y se hace la foto. Subimos calle arriba, una calle muy concurrida, comercial y vemos un letrero que dice: “Bazar VIII Estación” que corresponde al encuentro de Jesús con las hijas de Jerusalén: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” . Dicho encuentro, al cabo de veinte siglos, se ha convertido en un bazar. Desembocamos en otra calle, más ancha y vistosa, con más gente y con comercios de alfombras. Las alfombras para los musulmanes son un símbolo. Para rezar, en cualquier lugar, basta extender su alfombra y lo convierten en sitio sagrado.

Estamos ya muy cerca del Santo Sepulcro. Divisamos ya las cúpulas del Calvario y del propio Sepulcro. Nuestro guía mira el reloj y aprieta el paso para visitar la Basílica. Llegamos a la plaza y está abarrotada de peregrinos, de todas las etnias; abundan también los atuendos religiosos, aunque es imposible distinguir a qué Orden pertenece cada uno. De las dos puertas que tiene la Basílica, una fue tapiada por Saladino porque dijo que para los pocos cristianos que quedaban en Jerusalén, con una puerta era suficiente. También quitó las campanas y así sigue. Entramos. La visión del interior es caótica. La Basílica no es un conjunto armónico sino un revoltijo de fragmentos, de capillas, de escaleras, sin ton ni son. Enfrente nos encontramos con la piedra de la Unción. A la derecha, una empinada escalera de caracol, con peldaños altísimos, sube al Calvario, a la capilla de la Crucifixión. Ahí tenemos el Calvario. Un altar suntuoso y deslumbrante, con lámparas que cuelgan del techo, con muchos candelabros y parpadeo de llamas y reflejos. ¿Cómo distinguir aquí la imagen sencilla del Crucificado? El mosaico que pisamos es precioso. Nos adaptamos y nos ponemos en ¿fila?, vigilada por un barbudo “pope” ¡¡Qué difícil es guardar una fila en Oriente!! Nos acercamos al altar a cuyos pies destaca un hoyo abierto en la roca, en la cual se introduce la mano profundamente. Está húmedo. Las cámaras de fotos no cesan de disparar y los flashes nos ciegan. Vemos que algunos del grupo se arrodillan y rezan una oración. Resuenan las palabras: Elí, Elí, lama sabactani? Nos reponemos y bajamos para continuar la visita. Vamos hacia la Rotonda que centra el Santo Sepulcro. Hay una gran cola, muy heterogénea, aunque abundan los grupos de españoles. Avanzamos despacio pues la entrada en el Sepulcro se realiza en grupitos de cuatro. Nos toca y entramos; primero a la capilla del ángel: “No está aquí, ha resucitado”. Después agachándonos penetramos en el Santo Sepulcro. Intentamos arrodillarnos, pero no podemos porque hay dos personas todavía arrodilladas y el “pope” les recrimina que salgan ya, pero ellos están absortos y no hacen caso. Eso sí, besamos la piedra. El monje griego que vigila todo lo que hacemos nos dice que “no fotos”.

Cuando salimos nos encontramos que los monjes han paralizado las visitas porque se va a realizar un acto litúrgico, y la mitad de nuestro grupo se ha quedado en puertas de entrar. Nuestro cicerone, D. Jesús, insiste e insiste y, por fin, consigue que pasen todos. Mientras, observamos a un peregrino vestido a semejanza de Jesucristo, descalzo con su túnica y manto, es un espectáculo.

Salimos todos a la plaza. Se respira aire fresco y, una vez agrupados, marchamos hacia la puerta de Jafa, donde nos espera el autobús. Vuelta al hotel, a cenar. Y esta noche, después de la cena, iremos a Belén para hacer las compras